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¿Un inmigrante en Downing Street?

La sorprendente diversidad étnica de los candidatos tories para suceder a Boris Johnson entraña también lecciones para los partidos políticos españoles

¿Un inmigrante en Downing Street?

El candidato a suceder a Boris Johnson y excanciller del Exchequer, Rishi Sunak. | Henry Nichols (Reuters)

En el Reino Unido el Partido Conservador ha sido el primero en tener un primer ministro judío -Benjamin Disraeli-, el primero en contar con una mujer como jefa de Gobierno –Margaret Thatcher- y puede ser también el primero en convertir a un político de origen inmigrante en el próximo inquilino del Número 10 de Downing Street. La carrera por la sucesión de Boris Johnson ha sido la de mayor diversidad étnica de la historia británica y el favorito para ganarla es, según las encuestas, el excanciller del Exchequer, Rishi Sunak, nacido en Southampton hace 42 años, de padres indios procedentes del este de África.  

El futuro primer ministro tendrá poco que ver con el perfil de Johnson: un vástago de las élites, criado en el privilegio. De los 11 candidatos que iniciaron la carrera, cuatros eran hijos de inmigrantes (Sunak, Suella Braverman, Priti Patel y Sajid Javid); dos nacieron en el extranjero (Nadhim Zahawi y Rehman Chisti, en Irak y Pakistán, respectivamente) y una nacida  en Londres pero criada en Nigeria (Kemi Badenoch). Cuatro eran mujeres (además de las citadas, Liz Truss, la ministra de Exteriores, una halcón  cuya pose a lo Thatcher trata de despertar la nostalgia de tiempos mejores entre los conservadores, y Penny Mordaunt, secretaria de Comercio) y sólo dos hombres blancos, Tom Tugendhat, exmilitar y diputado, y Jeremy Hunt, exministro de Sanidad. Tras dos semanas de campaña y debates televisados los candidatos han ido siendo eliminados en distintas votaciones y este jueves el grupo parlamentario tory anunciará los nombres de los dos finalistas, de los cuales los afiliados al partido tendrán que elegir el ganador a principios de septiembre.

La preeminencia de las minorías en los puestos de poder –casi todos los candidatos han sido miembros del Gobierno- no siempre fue así entre los tories. El cambio se debió a la decisión del exprimer ministro, David Cameron, a partir de 2005, de priorizar a las mujeres y a los miembros de las comunidades inmigrantes en las listas electorales con la intención  de que el Partido Conservador reflejase la Gran Bretaña moderna que aspiraba a liderar. Su empeño tuvo éxito y en las elecciones de 2010 el número de mujeres diputados pasó de 17 a 49 y los representantes de minorías étnicas de dos a 11. Actualmente esas cifras se elevan a 87 y 22 respectivamente.

Pese a todo, estos datos quedan aún muy por detrás de los laboristas, que en las elecciones de 2019 atrajeron el 64% del voto de las minorías –en su mayor parte musulmanes- comparado con apenas el 20% de los conservadores, y cuentan con un grupo parlamentario en la Cámara de los Comunes de 202 miembros, del que casi la mitad son mujeres. Sin embargo, a excepción del alcalde de Londres, Sadiq Khan, de origen paquistaní, los diputados laboristas de procedencia inmigrante son anodinos políticos de partido, cuya dirección sigue en manos de hombres blancos. 

La diversidad racial en el Partido Conservador tampoco significa que ésta se haya extendido a todo el establishment británico. Como escribe Adrian Wooldridge, de la agencia Bloomberg, «la administración civil ha sido siempre dirigida por blancos y los servicios de inteligencia tienen aún el mismo color en las altas esferas que en los días de George Smiley, el maestro de espías creado por John Le Carre».  Menos todavía implica que estos políticos pertenecientes a las minorías defiendan políticas progresistas por el mero hecho de serlo, antes al contrario. Son partidarios de la línea dura en cuestiones como el el Brexit, los derechos de las personas transgénero o la inmigración. Baste recordar que fue la secretaria de Interior, Priti Patel, cuyos padres de humildes orígenes indios emigraron a Uganda, la que tuvo la idea de deportar a Ruanda los inmigrantes, iniciativa que fue frenada por la justicia de la Unión Europea.

¿Está España preparada para tener el día de mañana un presidente al que habría quien descalificaría  por «moro» o «sudaca»?

La izquierda británica considera que esta promoción de los políticos de color para defender la agenda conservadora es una manera sutil de absolver al partido y a sus votantes de la acusación de racismo. Se trataría simplemente de fomentar una falsa diversidad para que todo siguiera igual. Pero es un análisis demasiado fácil. La política de los tories sobre las minorías desafía abiertamente algunas convenciones progresistas: ni todos los inmigrantes se sienten víctimas de una opresión secular ni mucho menos comparten una idea de igualdad entendida como igualdad en los resultados al final, no de oportunidades al principio. Hay una desigualdad en el esfuerzo que merece recompensa.

La propia historia personal de los candidatos de origen inmigrante desmienten esos prejuicios.  El padre de Javid, banquero y exministro de Economía, era conductor de autobuses. Los padres de Patel, expulsados de Uganda por Idi Amin, crearon una cadena de kioskos de prensa tras su instalación en Gran Bretaña. Los de Sunak, un médico y una farmacéutica, ahorraron para poder pagarle a su hijo una educación de excelencia, primero en Winchester College y luego en Oxford. Badenoch trabajó en un McDonalds a su regreso de Nigeria.  Su éxito es por tanto un relato de mérito, que les lleva a hacer suyos los  valores y símbolos del país que les acogió y a defenderlos con ardor. 

Las razones de que esto sea así, explica Ed West, columnista de The Spectator, tienen que ver con el Brexit, que convirtió la identidad en una cuestión central del debate político británico, polarizando a los votantes laboristas y conservadores en temas como la inmigración y la diversidad, y con la historia. «La diversidad en el Gobierno es históricamente menos común en las democracias que en los imperios. Los miembros de las minorías que dominan el mercado frecuentemente sienten una gran lealtad hacia el gobierno imperial y cuando las fuerzas imperiales se retiran, ellos van detrás. Los judíos del Imperio Austrohúngaro eran extremadamente leales a los Habsburgo, que durante siglos les habían dado su protección; cuando los Habsburgo fueron  derrocados, su mundo se derrumbó». Algo semejante ocurrió en las colonias británicas del este de África, donde los asiáticos fueron reclutados para la administración y la construcción de ferrocarriles constituyendo una élite local, que fue posteriormente expulsada –como pasó con los padres de Sunak, Patel y Barverman- o los yorubas en Nigeria, caso de Badenoch. Serían entonces herederos de un legado colonial jerárquico con los mismos prejuicios y búsqueda del propio interés que cualquier otra etnia o grupo social.

La diversidad alentada por los conservadores, sea verdadera o falsa, tiene sin duda efectos positivos. Acostumbra al público en general a ver a gente de diferentes culturas y raíces en posiciones influyentes –Sunak juró su cargo de canciller sobre un ejemplar del Bhagavad Gita-, atrae nuevos talentos, alienta a los miembros de otras minorías a seguir su ejemplo e impide que la política británica se polarice en torno al cuestión de la raza evitando que ningún partido tenga el monopolio sobre la asimilación de los inmigrantes.

La sociedad española no es aún tan multiétnica como la francesa o la británica, pero ya en 2016 la población extranjera representaba el 10% y apenas el 1% de los diputados tenían origen inmigrante. Probablemente ese dato haya mejorado desde entonces, pero sigue siendo escandalosa la ausencia de personas de ascendencia magrebí o latinoamericana en puestos de responsabilidad en la política, la economía, los medios y, en general,  en la vida pública española. ¿Está España preparada para tener el día de mañana un presidente al que habría quien descalificaría  por «moro» o «sudaca»? Nuestros políticos deberían empezar a reflexionar sobre ello.

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