THE OBJECTIVE
El buzón secreto

Epstein, pederastas, el príncipe Andrés, Trump, Maxwell… y los espías del Mossad

La agencia de inteligencia de Israel pudo jugar un papel oculto dentro de la trama de prostitución con menores montada para ricos que facilitaría el chantaje a altas personalidades

Epstein, pederastas, el príncipe Andrés, Trump, Maxwell… y los espías del Mossad

Jeffrey Epstein. | Europa Press

Un hombre suicidado y una mujer con los labios sellados. La clandestinidad de una de las principales tramas de prostitución de menores, dirigida a saciar los más pervertidos instintos de potentados de todo el mundo, dependía de que el magnate financiero Jeffrey Epstein y su eterna novia, Ghislaine Maxwell, nunca facilitaran delante de un tribunal el nombre de sus usuarios. De esa forma les evitarían el escarnio público y la consiguiente cárcel. Lo que nadie podía suponer era que un servicio secreto tuviera acceso a la información de sus perversiones y con ello pudiera ejercer un cierto control sobre sus vidas.

La trama delictiva pone la piel de gallina: una conseguidora, Maxwell, buscaba chicas en torno a los 14 años para mantener relaciones sexuales con su prometido Epstein y con algunos hombres a los que les excitaba acostarse con niñas, forzarlas. Desde el estallido del escándalo hace tres años, tras una nueva detención de Epstein, los nombres de los implicados no han dejado de salir a la luz pública. Eso sí, de aquella forma blandengue, soltándolos pero sin acusaciones directas.

Tres de los amigos de Epstein encajan en el perfil perfecto para ocupar un sitio en la lista negra. Personajes importantes, con dinero e influencia, abiertos a todo tipo de aventuras al margen de tener pareja y con un considerable poder en la sociedad. Los tres son ampliamente conocidos y nunca tuvieron problema para fotografiarse con él: Bill Clinton, Donald Trump y el príncipe Andrés de Inglaterra.

El caso del príncipe Andrés

La peor carta le cayó desde el primer momento al hijo, dicen predilecto, de Isabel II. La niña con la que supuestamente se acostó por mediación de Epstein y Maxwell, Virginia Giuffre, ha sido la más activa en sus denuncias. A pesar del paso de los años, amparándose en una foto de los dos juntos, lo que siempre da credibilidad a este tipo de historias, ha sostenido que Andrés abusó de ella siendo menor.

Virginia ya consiguió que Epstein le pagara medio millón de dólares a cambio de que no llevara sus acusaciones ante un tribunal, ni contra él ni contra los amigos con los que se acostó. En ese pacto no figuraba escrito el nombre de Andrés, por lo que ahora ha vuelto al ataque y el príncipe va a tener que declarar en unas semanas ante un tribunal.

El castigo lo ha recibido por adelantado: su madre, la reina, le ha despojado de sus títulos militares y mecenazgos reales, vamos que le ha sacado de la familia real de la misma forma que el rey Felipe VI sacó a sus hermanas. Nadie deberá dirigirse a Andrés con el tratamiento de alteza real.

La pregunta que queda en el aire es si el príncipe Andrés, como Clinton, Trump y otros supuestos integrantes de la red de pedofilia –nada demostrado hasta ahora-, llevaban años siendo presionados por un servicio de inteligencia que estaba al tanto de estas actividades sexuales ilícitas.

Entra el Mossad

Epstein y Maxwell formaban pareja y habían comenzado con sus «juegos» cuando Robert, el padre de la chica, la niña de sus ojos, conoció las actividades que se traían entre manos. Su poder era conocido en todo el mundo, un empresario con influencias en Europa Occidental, pero también en países como Rusia. Sus poderosos medios de comunicación le convertían en un enemigo peligroso y su capacidad de hacer negocios provocaba que muchos le temieran. Nada que ver con la realidad secreta que vivía desde que era joven. De religión judía, tras la Segunda Guerra Mundial el Estado de Israel, y su más poderoso y secreto brazo armado, el Mossad, le convirtieron en colaborador como a otros muchos influyentes judíos diseminados por todo el mundo. Había discretos relojeros a los que convencieron de que convirtieran sus tiendas en buzones para intercambiar mensajes con agentes clandestinos. Pero también empresarios como Maxwell que les facilitaban contactos para sacar a judíos de Rusia o les señalaban, como hizo en 1986, la identidad del ciudadano israelí Mordejái Vanunu y el hotel donde se escondía en Londres, tras filtrar a un periodista que Israel estaba fabricando en secreto armamento nuclear.

Aunque Maxwell terminaría siendo asesinado por el propio Mossad en aguas de Canarias cuando sus negocios hicieron agua y temieron que les delatara o llegara a acuerdos con enemigos de Israel, la colaboración fue total. Uno de los ex agentes del servicio secreto israelí en contacto con Maxwell ha relatado que conocían la existencia de la red de Epstein gracias a la información facilitada por el empresario de medios de comunicación. Y si la conocían, es obvio que la utilizaron en su propio beneficio.

Es algo habitual en el mundo de las alcantarillas. Un servicio secreto se entera de una actividad delictiva y la archiva para usarla como argumento para cuando necesiten algo de él o de ella. Más aún, tienen la certeza de que podrán obtener de él lo que quieran cuando esa debilidad afecte a la imagen pública del personaje, pueda acabar con su fama y llevarle a vivir en una celda enana el resto de su vida. No hay servicio que no intentara aprovechar en su propio beneficio las actividades de una trama como esta, por mucho que públicamente lo nieguen.

En contra de lo que algunos puedan pensar, la llegada de la información a la opinión pública podría suponer un problema para los implicados pero también para ellos. Aunque quizás todos estaban tranquilos porque sabían que Ghislaine Maxwell nunca abriría la boca si la detenían, una certeza que no tenían con Jeffrey Epstein.

Por eso es trascendental saber lo que pasó el 10 de agosto de 2019 en el Centro Correccional Metropolitano de Manhattan. Oficialmente, Epstein se suicidó, no hay pruebas de lo contrario. Pero hay hechos que dejan entre abierta la puerta de la conspiración: no tenía una compañero de celda, como es imprescindible en el caso de presentar síntomas de suicidio, como era su caso. Y los guardias, que debían echarle un ojo cada media hora, ni se acercaron a la celda en toda la noche. Sospechoso sin duda.

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