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Una maleta para el gran apagón

«Como sé que no duraría ni medio minuto en una situación extrema, compenso mis carencias con autoconocimiento»

Una maleta para el gran apagón

Fredrik Ohlander | Unsplash

«Palmaría la primera». Es algo que no paré de rumiar mientras veía El juego del calamar. En la prueba Luz roja, luz verde, pincho seguro. En ese caso, no digo que muriese la primera literalmente, pero estoy convencida de que la tercera posición llevaría mi nombre. No está mal. Un bronce. 

Ayer empecé a ver GEO, más allá del límite y la cosa no ha mejorado. Me fui tiritando a la cama tras ver una de las pruebas por las que tienen que pasar los aspirantes. Torpe, sí. Empática, también. 

Debió de ser un cuadro verme en el sofá, con mi pijama de algodón 100%, la casa a 23º, tapada con una manta y dando tiritones porque, no te lo pierdas, me imaginaba haciendo esa prueba para entrar en el cuerpo de élite. Lo sorprendente es que me proyecte en ese reto físico yo, que cuando no mira la monitora, hago trampas en pilates. 

Como sé que no duraría ni medio minuto en una situación extrema, compenso mis carencias con autoconocimiento

Como sé que no duraría ni medio minuto en una situación extrema, compenso mis carencias con autoconocimiento, así que salvo que la vida me fuerce a ello, no me voy a ver en algo así por voluntad propia. Lo malo es que a veces no puedes elegir y por culpa del tsunami de Cádiz y del gobierno austriaco, últimamente pienso mucho en qué hacer si llegase el apocalipsis. Y mi conclusión es: una maleta. 

Tampoco es muy alentadora esta opción para mí. Cualquiera que me conozca un poco sabe que no hago los mejores equipajes del mundo. Pero como no tengo fuerza física y de la psicológica mejor no esperar mucho, una maleta de emergencia es mi única esperanza para la vida.

Y así es cómo llevo varios días pensando en qué meter en mi maleta del apocalipsis. Además de pilas, la linterna dinamo, radio, conservas, jabón y pasta de dientes, llevaré muchos tampones. Los tampones no estarán ahí premeditadamente, irán saliendo de todas partes porque es una especie de Diógenes que tengo: comprar tampones y meter tampones en todos los bolsos, mochilas y maletas.

Una maleta para el apocalipsis 2
Creemos que Inma no tiene en su lista una tienda de acampada, tal vez esta foto le dé la idea. | Foto: Sylas Boesten | Unsplash.

También tengo por costumbre jugar a desafiar a las matemáticas. ¿Qué probabilidad existe de que me baje la regla fuera de casa y no lleve un tampón en el bolso? 0,00001%. Pues el día que me baja la regla fuera de casa, me pilla sin un tampón en el bolso.

El caso es que en mi maleta del apocalipsis habrá tampones. Sé que la copa menstrual es más ecológica, pero si meto una copa menstrual también tengo que meter en la maleta a alguien que me ayude a parirla. Así que vamos a dejarlo, de momento, en tampones. Me vendrán bien porque podré repartirlos entre las mujeres en plan solidario o hacer trueque de tampones por comida.

Otra cosa que podré hacer con mi excedente de tampones será sembrar. En el algodoncito germinarán las semillas para abastecer de alimentos frescos a mi comunidad. Mi historia se estudiará en las universidades: «La gastrónoma que hizo brotar lechugas de los tampones en su garaje». Lo del garaje no será verdad, pero le da empaque al relato de toda PYME.

Algo que se demostró en la pandemia fue que es importante saber coser. Así que en la maleta meteré una aguja. No me hará falta hilo porque aprovecharé las cuerdas de los tampones para tejer. Y ahí vendrá mi segundo hito entrepeneur: «Inma Garrido, la mujer que abrigó al mundo con las cuerdas de sus tampones». A este titular habrá que darle una vuelta.

Hablando del textil, no sé qué ropa ponerme para el apocalipsis. Un chándal está descartado porque, si me tienen que agarrar para que no me caiga de un precipicio (eso pasa en todos los apocalipsis), el chándal se escurre mucho y acabas despeñándote en pelotas.

Una maleta para el apocalipsis 1
Inma con sus pantalones desmontables descargando la batería de la linterna dinamo. | Foto: Rahul Bhosale | Unsplash.

Me pondré un pantalón desmontable. Es feo, pero vale para todas las estaciones del año y va bien sujeto a la cintura. En la parte de arriba, llevaré una camiseta de algodón de mala calidad. La razón es porque necesito poderla rasgar con la boca y una sola mano cuando tenga que hacerme un torniquete en el otro brazo. Las camisetas que tengo ahora son demasiado gruesas y me puedo dejar un diente en la operación vendaje. La parte buena es que podría intentar cosérmelo con la cuerda del tampón.

En la maleta del apocalipsis habrá toallas y un hornillo para calentar agua por si tengo que asistir un parto. No tengo ni idea de asistir partos, pero en todas las películas alguien pare en el peor momento y lo único que piden son toallas y agua caliente. Pues por mí que no quede. Un aplauso sanitario para mí por esto y porque llevaré un botiquín de primeros auxilios y loción antimosquitos. 

Por último, estoy pensando en algo que se cotice mucho en los apocalipsis para poder usarlo como moneda de cambio en un momento de urgencia. Metería chocolatinas, pero como el apagón sea en verano, adiós el invento. Puedo llevar antibióticos, pero eso ensuciaría mi reputación por suministrarlos sin receta. Tabaco y mechero no serían malas opciones, pero acabo de pensar algo mejor: levadura. 

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