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Los 15 minutos ‘eternos’ de Andy Warhol

Los 15 minutos ‘eternos’ de Andy Warhol

31 años después de la muerte del padre del Pop Art una cámara sigue emitiendo en ‘streaming’ desde su tumba las 24 horas del día. Así es la última broma involuntaria del primer instagrammer de la historia.

 

Cementerio de Pittsburgh. Vía Conversations with Andy.

 

Hizo de la fama un arte pero quiso que su lápida estuviese en blanco, sin ningún epitafio ni nombre; no entendía por qué al morir uno no se desvanecía y punto, y así lo dejó por escrito. Andy Warhol, el hombre que convirtió las galerías de arte en lineales de supermercado e inmortalizó el rostro de Marilyn, y el de Mao, e incluso las sopas de la marca Campbell, está enterrado en un sobrio cementerio católico a las afueras de Pittsburgh, su ciudad natal, junto a sus padres, una pareja de inmigrantes eslovacos que mantienen el apellido original del cineasta y pintor, Warhola, y que él acortó cuando llegó a Nueva York. Sobre su tumba hay al menos media docena de latas de sopa Campbell, flores, globos, cartas de admiradores… Sus devotos peregrinan hasta este lugar, que es el reverso del mítico estudio The Factory (no hay papel de estaño, ni espejos rotos, ni estrellas del porno poniéndose ciegas; solo silencio). No obstante, una cámara graba las 24 horas del día su tumba. La última broma involuntaria del primer instagrammer de la historia…

La idea fue de la artista Madelyn Roehrig, que en 2013 y como parte de un proyecto de investigación sobre la influencia de Andy Warhol en la actualidad, decidió monitorizar su eterno descanso, igual que él hiciera décadas antes en filmes como ‘Sleep’, donde grabó a un amigo durmiendo durante más de cinco horas (las que dura la película) o en ‘Empire’, ocho horas continuas de rascacielos de Nueva York que, como el ‘Ulises’ de Joyce, pocos han terminado.

También este fan del artista tuvo sus 15 minutos. ¿Diríais que los aprovechó? 

 

El día que murió Warhol, la madrugada de un 22 de febrero de 1987, a todo el mundo le cogió por sorpresa, menos al propio artista, claro. Y es que según comentan sus amigos, entre ellos el vicepresidente de Andy Warhol Enterprises Inc, Vincent Freemont, que dirigía por aquel entonces The Factory, “Andy tenía un sexto sentido sobre su propia mortalidad”. Lo prueban las 610 cápsulas del tiempo que creó durante sus últimos 13 años de vida y el Andy Museum de Pittsburgh se encargó de exhumar. No contienen nada extraordinario, no imagines recuerdos de infancia, pequeños tesoros o joyas; son recortes de periódico, piezas de arte que nunca llegó a vender (en los últimos años de su vida llegó a valorar alguna de sus obras en poco más de 9 dólares), correspondencia y fotografías de proyectos.

Vámonos a Bloomingsdale’s

Desde que en 1968 la escritora y activista feminista Valerie Solanas disparase al artista porque, presuntamente, él decidió rechazar un guión que Solanas había escrito y que era, a su juicio, demasiado escatológico, Warhol sufría graves problemas de salud y le aterrorizaban los hospitales. Y no es para menos. La bala le dañó nueve órganos, en la sala de emergencias del hospital lo dieron por muerto y aunque milagrosamente consiguió vivir, tenía que vestir un corsé y comía con dificultad. “Todo me parece un sueño. No sé si estoy realmente vivo o muerto”, declaró ese mismo año al New York Times. Estaba convencido de que si volvía a entrar en un quirófano no saldría de nuevo. No se equivocaba.

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«El mundo me fascina», Andy Warhol. Vía Conversations with Andy.

 

Aquella oscura premonición le perseguía. De forma que cuando en enero de 1987, durante la inauguración de una exposición en Milán, empezó a sentir un terrible dolor abdominal y los médicos le comunicaron que debían extirparle la vesícula biliar, que estaba a punto de gangrenarse, rehusó ser operado. No obstante, aquella misma semana hizo algo extraño: guardó todos sus objetos de valor y su testamento en un lugar seguro de su mansión del Upper East Side de Manhattan y acudió al hospital bajo el seudónimo de Bob Robert. La cirugía se programó para el día siguiente y aunque salió de la sala de operaciones y poco después ya estaba haciendo sus habituales llamadas, falleció de un infarto esa misma madrugada. Tenía 58 años. No deja de ser irónico que a su padre, Andrew Warhola, lo operasen de la vesícula el mismo año en que nació Andy; es decir, el año en que “supuestamente” nació, porque también se dice de él que falsificó su fecha de nacimiento al llegar a Nueva York, cosa que no pudo hacer con la de su muerte.

“Aprendimos demasiado tarde que nadie debería ser operado en fin de semana”, se lamentaba Vincent Freemont en The Telegraph, convencido de que Andy Warhol, que llevaba al cuello un colgante con un cristal desde que sus amigos empezaron a morir a causa del VIH, desconfiaba tanto de la medicina tradicional que de haberse empecinado un poco más no habría muerto tan pronto. Tras su fallecimiento, sus admiradores lo despidieron con una conmemoración llena de glamour en la Quinta Avenida, pero su funeral fue tan sobrio como dejó escrito, porque el espíritu de la sociedad de consumo, el frívolo agitador de masas que resultó no serlo tanto (será que la muerte, o su cercanía, te vuelve introspectivo), era un devoto católico y lo único poco ortodoxo de su funeral fue que llevase puesto un traje de cachemira negro y una peluca rubio platino, o al menos así lo recoge la prensa.

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Últimas obras. Vía Guyhepner.com

 

Los críticos de arte señalan que sus últimas obras, y no solo las cápsulas del tiempo, preconizaban su final. O al menos lo mucho que le obsesionaba su futuro deceso, aunque llegase a decir que “la muerte es como ir a Bloominsgdale’s” (el emporio neoyorquino de la moda). Y en cierta manera, esta negrura se convirtió en un tema importante de sus trabajos, que fueron, a juicio del crítico Alastair Sooke, ridiculizados e ignorados y se vendían con dificultad o a un precio irrisorio. Dibujos en blanco y negro que incluyen la figurita de un Cristo por 9,98 dólares o una hamburguesa con una aureola; también sus pinturas anteriores donde aparecen sillas eléctricas, armas y cuchillos de cocina carentes de glamour mostraban la violencia de la Norteamérica contemporánea. Andy Warhol escribió: “La idea no es vivir para siempre, sino crear algo que sí lo hará”. Irónico, ¿verdad?

Si Pittsburgh no te queda de paso,  puedes ver a los fans de Warhol visitando su tumba en tiempo real AQUÍ.

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