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Juan Carlos I investigó a Jaime de Marichalar antes de su boda con la infanta Elena

Marichalar encajaba con lo que se veía en Zarzuela como un pretendiente con raigambre, pero ¿esa información era suficiente? No para el padre de la novia

Juan Carlos I investigó a Jaime de Marichalar antes de su boda con la infanta Elena

Boda de la infanta Elena y Jaime de Marichalar. | Europa Press

Corría el año 1994 y a algunos les parecía imposible que la infanta Elena pudiera arrancar de su corazón al jinete Luis Astolfi. Había estado enamorada locamente de él y la había abandonado. Vivía en París, algo alejada del mundanal ruido y de la vida social intensa, cuando apareció en su camino Jaime de Marichalar y Sáenz de Tejada, un treintañero que llevaba un tiempo residiendo en la ciudad. Parece que el joven tiró de insistencia hasta conseguir que la chica le hiciera caso.

La primera que se enteró del inicio de la relación fue la reina Sofía. Los cronistas de la realeza coinciden en que le gustó como novio y vio que su hija estaba muy feliz con él. Solo quedaba informar al rey Juan Carlos.

Las raíces de Marichalar encajaban perfectamente con lo que en aquel momento se veía en el palacio de la Zarzuela como un pretendiente con raigambre. Una familia aristocrática vinculada a la monarquía, cuarto hijo del entonces ya fallecido conde de Ripalda, Amalio de Marichalar. Pero ¿esa información era suficiente? No para el padre de la novia.

En ese momento, al monarca se le juntó la nueva relación de su hija mayor en Francia y la que había empezado a mantener el príncipe Felipe en Estados Unidos con Gigi Howard. El heredero de la Corona se había ido a estudiar un master de dos años en Relaciones Internacionales a la universidad de Georgetown. Como su hermana, había salido de una relación intensa con Isabel Sartorius y en ese momento parecía quererlo todo con su nueva amiga americana.

Durante su juventud en la dictadura de Franco, Juan Carlos aprendió cómo funcionaban las alcantarillas de la vida pública y privada, al menos para él. Los servicios secretos estaban para servir al Estado y él era la piedra angular del mismo. Para garantizarse su respaldo permanente había conseguido en 1981 que el entonces presidente del Gobierno, Leopoldo Calvo Sotelo, designara para la dirección del CESID al único militar que tuvo las agallas de acudir de uniforme a su boda en Grecia, Emilio Alonso Manglano. 14 años después, ahí seguía, tras prestarle un apoyo incondicional y evitar en varias ocasiones que la corona se le cayera de la cabeza.

Ante cualquier problema que le surgía aparecía un dispuesto Manglano para ayudarle. En esta ocasión, el debate que se debió plantear en su cabeza no era tan simple como podría parecer. ¿Le encargaba al servicio de inteligencia que investigara la vida de la novia del príncipe y del novio de la infanta?

La primera parte de la pregunta fue un sí rotundo. Cualquier persona que pudiera casarse con Felipe y pudiera ser reina en el futuro, dada su importancia institucional, debería pasar antes por el tamiz de un informe del CESID, eso sí, elaborado con la máxima discreción y sin dejar copia del resultado en el archivo de La Casa. 

Elaborado por agentes de la máxima confianza de Manglano, garantes de ese silencio, se desconoce el contenido del dosier sobre Gigi Howard, pero sí que los resultados sobre su personalidad, hábitos, familia y relaciones no tuvieron influencia para nada en la ruptura posterior de las relaciones.

Lo mismo pasó unos años después con la siguiente novia de Felipe con la que también albergó el deseo de contraer matrimonio. Eva Sannum era una modelo noruega que estudiaba Publicidad en Madrid. De nuevo el rey activó al CESID, dirigido en ese momento por Javier Calderón. Realizaron una investigación en España y Noruega sobre el pasado y presente de la candidata a ser reina. En este caso parece ser que algún punto del dosier relacionado con alguno de sus hábitos no gustó demasiado a los monarcas.

Y hubo una tercera vez, esta la definitiva, con la llegada de Letizia Ortiz al corazón del príncipe. Mandaba en el servicio secreto en ese momento el diplomático Jorge Dezcallar, otro reconocido monárquico. El informe, tan exclusivo para los ojos de Juan Carlos como los dos anteriores, intentó bucear en las luces y sombras de la candidata, aunque la polémica se suscitaría años después al señalarse que faltaban datos importantes en esa investigación sobre la vida privada de Letizia.

Existe un consenso entre los directivos y agentes con los que he hablado sobre la necesidad de hacer estos informes a la gente que va a ser importante en el futuro en el Estado. Y también lo existe, aunque en sentido contrario, sobre el caso de Jaime de Marichalar: el caso de las infantas era absolutamente distinto. «Marichalar no iba a ser alguien importante», me describe crudamente un responsable del servicio.

Y así fue: Juan Carlos no encargó al CESID una investigación sobre Marichalar, pero tampoco se conformó con creer lo que le contaba gente que de la nobleza que conocía a la familia encabezada en ese momento por Concepción Sáenz de Tejada. Eso de que a la reina Sofía le pareciera un buen chico estaba bien, pero era insuficiente.

Juan Carlos se puso en contacto con el Ministerio de Asuntos Exteriores, dirigido en ese momento por Javier Solana. Al embajador de España en Francia le llegó la petición formulada desde la Casa Real: querían que comprobaran si eran ciertos los detalles que les mandaban del currículum de un joven llamado Jaime de Marichalar que llevaba un tiempo viviendo en París. El diplomático de más alto rango se lo pasó a una de sus consejeras, que se puso a buscar las confirmaciones y solicitó la ayuda del agregado perteneciente al servicio secreto. 

No tardaron mucho en descubrir que el alto cargo en el que le colocaban en ese informe en el Credit Suisse era más bien un puesto de empleado normalito. Y que decir que era economista tampoco era estrictamente cierto: había aprobado algunos estudios sobre la materia pero no había superado una carrera superior. Al final, aunque de una manera indirecta, intervinieron los espías en la investigación sobre Marichalar. Su trabajo sirvió de poco: esos datos hinchados de su historial profesional aparecieron tal cual en su currículum oficial distribuido tiempo después por la Casa Real. Quizás pensaron –¡craso error!- que nadie se daría cuenta.

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