THE OBJECTIVE
Ignacio Vidal-Folch

¡Ésas no son formas, señoría!

«Romper un compromiso siguiendo un protocolo correcto, respetuoso, no cuesta tanto»

Opinión
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¡Ésas no son formas, señoría!

Esther Doña y Santiago Pedraz. | Gtres

La ruptura por whatsapp del juez Pedraz con Esther Doña recuerda a la de Alain Delon con Romy Schneider. «Me voy a México con Nathalie. Mil cosas. Alain». Según dice una biografía de la trágica actriz publicada con motivo del cuadragésimo aniversario de su muerte, con tan lacónica nota, junto a un ramo de flores, le dio Delon el portazo a Romy. Despedirse así no es bonito; es más caballeroso, o sencillamente más humano, decir las cosas a la cara. 

Romper un compromiso siguiendo un protocolo correcto, respetuoso, no cuesta tanto. Solo hay que hacer de tripas corazón y citarse en algún sitio no muy céntrico, por si a la mujer le da por echarse a llorar, o le da un berrinche y se pone a gritar e insultarte, o monta el número. Por eso hay que citarla en la terraza de un cafetería suburbial, en tierra de nadie, y allí darle, sin límite de tiempo, todo tipo de explicaciones más o menos consoladoras para que, además del disgusto de ser abandonada, no se lleve la sensación de que no vale nada, de que es una fracasada en el amor, de que sólo es un fardo al que los hombres abandonan en cualquier acera y se van sin mirar atrás, silbando alegremente. 

Hay toda una escolástica doctrinal, técnica, de frasecitas y argumentos hipócritas que suelen ser muy útiles para salir más o menos airoso de estos lances tan apurados para el hombre sensible. 

Se puede recurrir, por ejemplo, al «Necesito tiempo» y a la variante «Necesito mi propio espacio», o «Necesito estar solo, tengo que pensar en lo nuestro». Se puede decir incluso que «soy un inmaduro, no estoy preparado» para un amor tan grande y tan puro. Así se presenta uno en situación no de agresor sino de necesitado, de desvalido, de extraviado emocional. En la misma línea se puede decir aquello de «No eres tú, soy yo». (Entiéndase: yo soy el que aquí fracasa, yo soy el que no está a la altura, y yo soy, al final, el que sale perdiendo con mi deslealtad: ¡En el fondo, aunque ahora te duela, tienes suerte de que, abandonándote, te devuelva tu libertad! ¡Sales ganando!) Si se prefiere, uno puede humillarse un poco más, puede decir: «Estoy tarado, no te merezco, tú eres maravillosa y te mereces a alguien mejor». 

«No hace falta decir que estas frases son tan útiles para hombres como para mujeres cuando son éstas las que deciden romper una relación amorosa»

Etcétera, etcétera. Y sobre todo, hay que insistir las veces que haga falta en que «no hay otra mujer». En fin, así es como se rompe, desde tiempo inmemorial, con las novias y las amantes. Es verdad que todas estas excusas que acabamos de citar están muy sobadas ya, pero si se siguen usando es que aún tienen algún efecto: puede que a la «víctima» no la satisfagan, pero por lo menos al «verdugo» le hacen sentirse bien, le hacen verse como un ser más o menos generoso y desinteresado, que vela por el bienestar de aquella a la que, en realidad, acaba de apuñalar… Incluso puede esforzarse en creérselas él mismo y enternecerse con su propia bondad… 

No hace falta decir que estas frases son tan útiles para hombres como para mujeres cuando son éstas las que deciden romper una relación amorosa. Lo que no se puede hacer de ninguna manera es el ghosting, despedirse a la francesa. Por eso, j’accuse al juez Pedraz de aplicar una displicencia brutal y nada caballerosa a la ruptura de su compromiso con su prometida, la tal Esther Doña. Según ésta, por toda despedida le envió un mensaje telefónico que dice: «Nuestro amor es imposible, hablamos algún día. Cuídate y besos.»

J’accuse al juez Pedraz de ser un copieta del expeditivo Alain Delon.

Condeno al juez Pedraz, pero… le aplico la atenuante de que, por lo menos, no ha entretenido durante largos años las ilusiones amorosas de Doña, no le ha hecho perder el tiempo como hacen los seductores egoístas. 

Hay que reconocer que el señor juez ha sido diligente en la ruptura. Y eso –no andarse por las ramas, poner en seguida las cartas sobre la mesa- es algo que casi, casi le exonera de toda culpa.     

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