THE OBJECTIVE
David Mejía

Sanna Marin se divierte

«Lo justo sería no juzgar a nadie por su vida privada, siempre que la fiesta no la pague el contribuyente. Una sociedad democrática debe tolerar la diversión»

Opinión
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Sanna Marin se divierte

La primera ministra de Finlandia, Sanna Marin. | Reuters.

Sanna Marin concilia ser la primera ministra de Finlandia con ser millenial. Las redes enloquecieron cuando, a principios de verano, apareció en el Ruisrock Festival (mítico festival de rock que se celebra desde 1970 en la isla de Ruissalo) vestida con un pantalón vaquero corto, chupa y botas de cuero, y mirada desafiante. Parecía una estrella. Demostraba que el oficio de político no es incompatible con la alegría de vivir y que hay vida más allá del gris marengo. 

Esta semana ha vuelto a las portadas tras la filtración de un vídeo donde se ve a Marin en una fiesta, haciendo las cosas que se hacen en las fiestas: beber, bailar a contra ritmo y poner morritos a cámara. Según dicen los medios locales, en el vídeo alguien grita «jauhojengi», que en finlandés (minimalismo nórdico) significa «la pandilla de la harina». Esto podría haber provocado la furia de los celíacos, pero provocó la indignación de la oposición, que ha interpretado que esa harina podría ser cocaína. Pero la tensión viene de atrás: el grito jauhojengi ha sido el pretexto para aflorar un debate latente sobre si la vida privada de una primera ministra debe estar alineada con su cargo o puede estar alineada con su edad.

«Intuyo que el nervio del asunto pasa por su desinhibida vocación de divertirse»

Marin ha insistido en que no consumió ninguna sustancia ilegal, y este viernes anunció que se había sometido a un test de drogas, cuyos resultados negativos no sofocarán el debate porque, como les decía, la harina ha sido la excusa. El escrutinio sobre Marin resulta llamativo. Es cierto que es mujer, joven y primera ministra, una anomalía que todos observamos con curiosidad, algunos con admiración y otros con recelo. Pero intuyo que el nervio del asunto, además de por su sexo y su edad, pasa por su desinhibida vocación de divertirse. ¡Un político que se divierte no es de fiar! Pero debería ser al revés: solo deberíamos fiarnos del político capaz de divertirse. 

Es legítimo preguntarse cuál hubiera sido nuestra reacción si en lugar de Sanna Marin habláramos de Boris Johnson, de Isabel Díaz Ayuso o de Irene Montero. Ustedes dirán, pero lo justo sería no juzgar a nadie por su vida privada, siempre que la fiesta no la pague el contribuyente y siempre que se respeten las reglas que el poder público impone a los demás. Porque una sociedad democrática debe tolerar la diversión, lo que no puede tolerar es la arbitrariedad y el privilegio. 

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