THE OBJECTIVE
Mercedes Cebrián

Retratos a cámara lenta

«Es tan subversivo permitir que te hagan un retrato a carboncillo en la calle que todos deberíamos hacernos uno para evitar que el oficio de dibujante se extinga»

Opinión
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Retratos a cámara lenta

Vista lateral del Museo del Prado. | Europa Press.

No recordaba que siguieran existiendo los caricaturistas y retratistas callejeros, al igual que en su día pensaba que la profesión de limpiabotas se había extinguido. Es al viajar cuando te das cuenta de que, en otras partes del mundo –y algunas bastante cerca de tu casa– las cosas no son como pensabas.

Los retratistas callejeros se ubican tradicionalmente cerca de las grandes pinacotecas. Seguro que ahora mismo en los alrededores del Museo del Prado hay varios que ofrecen sus servicios, pero ocurre que, cuando visito el museo o cuando paseo por la zona, no me fijo en ellos: vivir en la misma ciudad durante muchos años te merma la capacidad para mirarla con agudeza.

En cambio, cuando estás de viaje se te abren las esclusas del asombro y, de repente, eres capaz de fijarte en todo con una actitud entre ingenua –tirando incluso a cateta– y sofisticada. Así que en Florencia reparé en los artistas callejeros instalados en las cercanías de la Galería de los Uffizi: los hay que venden acuarelas con las vistas más fotografiables de la ciudad (ahora se dice instagrameables: ojalá en 20 años nadie recuerde lo que significa ese adjetivo), y otros ofrecen a sus clientes potenciales su caricatura o retrato realista en aproximadamente una hora. Ahí fue cuando mi mirada de asombro, esa que tengo activada por defecto en los viajes, se puso manos a la obra y me hizo darme cuenta de que, para la clase media, la única oportunidad de ser retratados por un artista plástico es aceptar los servicios de un dibujante que trabaje en la calle. Reconozcamos que lo del pintor de cámara de la realeza nunca estuvo a nuestro alcance: solo por esta vez, no hemos de echarle la culpa a la inflación.   

Para ser perpetuados en lienzo o papel es esencial que ejercitemos la paciencia y colaboremos con el artista: también reparé en eso. Esa pareja joven alemana que se dejó retratar en Italia lo hizo a la perfección: estuvieron callados y sin moverse media hora cada uno; parecían Marina Abramovic y su marido en plena performance, o, yendo más atrás en el tiempo, Lorenzo de Medici y su esposa Clarisa Orsini. 

«La destreza del dibujante callejero está a punto de convertirse en un oficio para el recuerdo»

Me gustó que esos jóvenes germánicos comprendieran el valor del retrato a mano, del selfi analógico por excelencia. Me recordaron a Teresa Arijón, escritora y experimentada modelo para pintores, que recoge en su ensayo La mujer pintada (Lumen, 2022) sus recuerdos y reflexiones relacionadas con su peculiar trabajo, junto a anécdotas de otras modelos que posaron para artistas célebres como Lucian Freud o Manet.  Arijón recuerda la sensación que le generaba tener a menudo a un grupo de gente escudriñándola durante tanto rato: «La mirada se siente como tacto: te roza, te sacude, te pellizca. Lo único que escuchaba era el ruido de las carbonillas sobre el papel».

Tras la sesión y la entrega del retrato vi cómo el muchacho alemán le pagaba 70 euros al dibujante. Pensé que era un dignísimo salario por hora, más que el mío desde luego, pero la realidad es que apenas había gente que reclamase sus servicios: más bien creo que su destreza está a punto de convertirse en un oficio para el recuerdo, como los que aparecían en un programa homónimo de Televisión Española de los años ochenta, en el que se recorrían las labores de los cuchilleros, alpargateros o herradores. 

Hoy tenemos teléfonos supercalifragilísticos que hacen de todo, pero a cambio no tenemos paciencia para dejarnos retratar por un artista. No valdríamos para ser miembros de la realeza; decepcionaríamos a nuestro pintor de cámara cuando nos pidiese posar durante horas

Es tan subversivo permitir que te hagan un retrato a carboncillo en la calle que todos deberíamos, por civismo, hacernos uno, para evitar que el oficio de dibujante callejero se extinga. Voy a pasarme por la salida del Museo del Prado en busca de mi retratista y después les cuento.

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