THE OBJECTIVE
Jorge Vilches

Los progresistas y los incendios

«La idea de progreso es un instrumento totalitario, una depuradora de lo existente que cataloga aquello a exterminar y que decide lo que hay que crear»

Opinión
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Los progresistas y los incendios

Un incendio asola la Sierra de la Culebra de Zamora. | Europa Press

El monte se quema todos los veranos. Casi ocurre en los mismos sitios. Ante el desastre, la respuesta progresista es soltarnos el dogma ecologista: es el cambio climático. No hay pirómanos ni falta de limpieza, o abandono del campo. Nada de eso. La tragedia sirve para reafirmar la idea de progreso; es decir, de ingeniería social. Ni un paso atrás ante el fracaso.

El progresista está aquí para salvarnos de nosotros mismos e indicarnos el camino de la salvación. Es un mesías. No busque la respuesta en Kant. El progreso es lo que diga la izquierda en cada momento histórico, y si me apura, en cada circunstancia.

«El progreso es lo que diga la izquierda en cada momento histórico, y si me apura, en cada circunstancia»

Es sencillo de entender. No existe una mecánica celestial que determine los pasos de la Historia, como si unos fueran hacia delante y otros hacia atrás, dirigidos a un final. No hay un camino, despierte. Solo existen recursos retóricos para forjar una realidad. 

Más claro. La idea de progreso es un instrumento totalitario, una depuradora de lo existente que cataloga aquello a exterminar y que decide lo que hay que crear. Bienvenido a la historia contemporánea, desde el primer mesías político de la Ilustración hasta el día de hoy. 

No confunda tampoco progreso con tecnología, que es una aplicación del conocimiento científico desde el descubrimiento del fuego. Eso es evolución y, como escribió Karl Jaspers, la tecnología marca las eras de la Humanidad pero nada tiene que ver con el progreso. Esto lo digo porque hubo filósofos que tuvieron la osadía de apuntar que el progreso de la Humanidad era que el hombre fuera cada vez más libre. 

¿Qué dirían esos filósofos al ver la Agenda 2030, esa misma que nuestros políticos catalogan de «progresista»? Me refiero a esos cargos públicos con sueldazo que llevan el símbolo en la solapa como en el siglo XVI los evangelizadores llevaban una cruz colgada al cuello. Los vemos y no decimos nada. ¿De verdad creemos que no tener nada o no comer carne por orden de los Gobiernos nos hará más libres y felices? ¿Pensamos en serio que limitar la expresión del pensamiento para no ofender a nadie es más libertad? 

Insisto. La idea de progreso es un recurso retórico de la izquierda para cambiar a su gusto la ordenación social, política y económica. La incrustan en nuestra mentalidad desde la escuela y la repiten como un mantra los medios de comunicación y el mundo de la cultura. Es un «zeitgeist», un espíritu de época que no es casual que lo marque la izquierda para controlar la moral pública y con ella definir la política. 

Haga un repaso de los motores «progresistas» de la transformación social: el feminismo antipatriarcal y el ecologismo estatal. Hoy son dos religiones seculares. Hablar contra ellas o matizarlas supone casi la muerte civil o el escándalo. Es la nueva letra escarlata impuesta por los puritanos para el castigo social por los pecados de pensamiento y obra.

No voy a entrar en el tipo de feminismo que nos presentan los «progresistas», pero sí en el ecologismo. Lo voy a hacer porque Sánchez ha aparecido en los restos de un bosque calcinado en Extremadura para hacerse una foto. Ha soltado: «El cambio climático mata». Como el tabaco que vende el Estado, pero no se va a hacer una foto con una cajetilla ni con un enfermo de cáncer de pulmón. A Sánchez no le importa el bosque ni el daño al medio ambiente, sino aprovechar el desastre para transmitir el mensaje «progresista» con un gesto de preocupación

La solución a los incendios no va a ser rectificar el proceso de abandono del campo en beneficio de los dogmas ecologistas que han laminado la agricultura y la ganadería tradicionales. Menos aún la mejora de la vida en el mundo rural. Tampoco va a ser una política conservacionista que deje a las comunidades locales la gestión de su propio entorno. Seguirá prohibido recoger piñas del campo, y veremos cada día más jabalíes en el extrarradio. 

La ingeniería social del progresismo indica que la solución es más reglamentación e intervención estatal, con organismos vigilantes, más impuestos y prohibiciones. Lo importante es no salirse del camino del progreso consistente en corregir los comportamientos y las mentalidades. A mayor carga totalitaria, menos capacidad de rectificación. Por eso mientras el Parlamento europeo cambiaba su consideración de la energía nuclear y térmica porque Putin cierra el grifo del gas, aquí, Sánchez y su cuadrilla siguen con su cuento ecologista. 

Por eso, cuando oiga que un político es «progresista» esconda su cartera y espere la entrega de un manual del buen ciudadano. Eso sí. El verano que viene habrá los mismos incendios a pesar de la ingeniería social ecologista.

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