THE OBJECTIVE
Daniel Capó

El invierno ruso

«¿Qué sucederá si es Occidente el que queda aislado? La pregunta, que parecía absurda entonces, ha dejado de serlo hasta cierto punto»

Opinión
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El invierno ruso

El presidente de Rusia, Vladimir Putin. | Mikhail Klimentyev (Kremlin Pool)

Sobre nuestro futuro inmediato, pasado el verano, se agitan distintas sombras. Al igual que sucede con las pesadillas, los presagios del miedo no tienen por qué cumplirse. Pueden desvanecerse como ha sucedido tantas otras veces a lo largo de la historia. Pero, aun así, estas amenazas se sustentan en desequilibrios reales que se ciernen sobre nosotros. Algunos de ellos desde hace mucho tiempo. Otros, no tanto.

El cóctel explosivo lo conforman el endeudamiento, la inflación, la subida de tipos, la guerra de Ucrania –¿quién dijo que la economía rusa no iba a poder resistir el conjunto de sanciones occidentales?–, la asombrosa persistencia de la pandemia y ahora, sobre todo, el botón del gas que maneja Vladimir Putin. Rusia sabe que gana las guerras en invierno –así lo hizo contra Napoleón, así contra Hitler–, sostenida por un espíritu de resistencia mesiánico. Rusia sabe que el frente de combate se encuentra en el Dombás, pero que la auténtica batalla tiene lugar en las cancillerías europeas, donde se alienta el espíritu de combate ucraniano. Sin las armas occidentales, Kiev hubiera capitulado en pocas semanas. Por otra parte, ahora queda por ver qué sucederá en Europa sin los imprescindibles suministros de gas ruso en invierno. El miedo es una fenómeno poliforme, como bien intuyeron los clásicos. Y Moscú ya no teme en exceso las sanciones de la UE, porque se ha empezado a cumplir la advertencia de Iván Krastev al inicio de la invasión: ¿qué sucederá si es Occidente el que queda aislado? La pregunta, que parecía absurda entonces, ha dejado de serlo hasta cierto punto. Rusia comercia con medio mundo y, desde luego, con mercados tan gigantescos como el de China y la India. Putin puede resistir mucho más tiempo del que las elites de Bruselas –siempre tan seguras de sí mismas– hubieran querido admitir.

«La UE ha tomado nota y ha convocado una reunión de urgencia para finales de julio, ante el temor de que la amenaza rusa se convierta en realidad»

La llegada del otoño, una vez transcurrido el jolgorio festivo del verano, despejará una serie de incógnitas, cuya solución apenas podemos vislumbrar ahora. ¿A qué precio pagaremos la electricidad y el gas en invierno? E incluso pagando más, ¿dispondremos de energía suficiente? ¿Quién sufrirá en mayor grado las previsibles restricciones: la industria manufacturera, los hogares o ambos en igual medida? Y, como una consecuencia más de la guerra, ¿qué incidencia tendrán las restricciones en la exportación del grano ucraniano sobre los precios agrícolas mundiales? ¿Cabe pensar en una carencia de alimentos provocada o entramos aquí ya en el terreno de la exageración? ¿Cabe pensar en las hambrunas de África y en sus efectos sobre los flujos de emigrantes? No sería la primera vez que el Kremlin recurre a la presión migratoria para desestabilizar a la UE (recordemos –sin ir más lejos– la crisis de Siria, que forzó la intervención de Merkel hace unos años) ni que utiliza el hambre para doblegar el ánimo de sus adversarios.

Hambre y frío o, lo que es lo mismo, carestía de grano –fundamental también para el engorde animal– y escasez de gas natural. La UE ha tomado nota de inmediato y ha convocado una reunión de urgencia para finales de julio, ante el temor de que la amenaza rusa se convierta en realidad y de que el gas deje de llegar a partir de este lunes. ¿Nos arrepentiremos ahora de no haber desarrollado en estas últimas décadas una industria propia de fracking que asegurase una mayor autonomía energética a los países de la Unión? ¿Nos arrepentiremos de haber demonizado, a veces de modo frívolo, la energía nuclear? La gran apuesta teórica de Bruselas para la recuperación económica pasaba por una inversión masiva en el I+D de las energías renovables, una vez perdidas las batallas de la inteligencia artificial, el big data de Internet y la industria biomédica. Enfrentados, sin embargo, al duro invierno provocado por la falta de energía, ¿podrá la UE seguir manteniendo su pulso innovador centrado en las renovables? Demasiadas incógnitas, mientras Pekín sonríe y Washington puede mantenerse a una relativa distancia emocional. Si se cumplen los peores augurios, la presión social sobre los gobiernos se incrementará notablemente en estos próximos meses. Saber leer el presente con la mirada de la Historia siempre resulta más inteligente que prestar atención a la banal industria de los papers.

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