THE OBJECTIVE
Javier Benegas

El suicidio de Europa

«La taxonomía de la UE es la piedra angular de la ingeniería social con la que se pretende imponer una transición energética monoteísta»

Opinión
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El suicidio de Europa

Zuma Press

Enfrascados en nuestro particular viacrucis político, los españoles hemos pasado por alto una noticia de especial relevancia. El miércoles 6 de julio el Parlamento Europeo rechazó la objeción al acto delegado de la Comisión Europea para incluir el gas y la energía nuclear dentro de la lista de actividades económicas ambientalmente sostenibles en la llamada taxonomía verde. Un primer matchball que se salvó por apenas 50 votos de diferencia (328 votos frente a 278 y 33 abstenciones).

Lo que se decidió en Estrasburgo es si estas dos fuentes de energía podían tener la consideración de renovables como apoyo a las que realmente lo son, y que actualmente no pueden producir toda la electricidad que los países miembros de la Unión Europea necesitan. Y había que decidirlo, además, en un contexto geopolítico en general y gasístico en particular bastante más que alarmante. 

Los contrarios a la inclusión del gas y la energía nuclear en la taxonomía verde argumentaban que, en realidad, este sistema de etiquetado es sobre todo orientativo. Por lo tanto, lo único que se logra incluyendo estas fuentes de energía dentro de la taxonomía verde es confundir al público. Y en esto último algo de razón llevan. Después de años de directivas y decenas de miles de millones de euros gastados en el desmantelamiento de centrales nucleares y en apostar por energías renovables para sustituir los combustibles fósiles, de repente, la Unión Europea cambia de criterio. La razón que se esgrime para justificar este giro es que «el contexto ha cambiado». Lo que inevitablemente nos remite al enfrentamiento entre la UE y Rusia a cuenta de la invasión de Ucrania y su consecuencia más directa para Europa: el agravamiento de la crisis energética. Y digo agravamiento porque los cimientos de la crisis energética actual empezaron a colocarse mucho antes de que Putin tuviera a bien convertir el este de Europa en su campo de batalla.

Sin embargo, no es cierto que la taxonomía sea, sobre todo, una iniciativa meramente orientativa. El objetivo declarado de la taxonomía es proporcionar e incentivar la inversión económica en una determinada dirección y penalizarla en otras. Como se afirma en el informe elaborado en marzo de 2022 por la Plataforma de Finanzas Sostenibles de la UE: «La taxonomía es la piedra angular de las iniciativas legislativas lanzadas como parte del Plan de Acción de Finanzas Sostenibles de 2018».

En este mismo informe se especifica cómo se deben ampliar los componentes ambientales de la taxonomía de la UE. Un componente importante es la creación de cuatro clasificaciones para actividades económicas, en función de su daño ambiental y la urgencia de la transición. El objetivo de este etiquetado es orientar la financiación hacia las actividades económicas que no tengan un impacto negativo para el medio ambiente. Esto condicionará (léase, obligará) a las empresas e industrias a contar sus ‘historias’ de transición… si quieren acceder a financiación verde. Al mismo tiempo, la identificación de las actividades de impacto ambiental bajo permitirá a las empresas que entren en esta categoría tener pleno acceso a la financiación verde para sus gastos medioambientales. En otras palabras, la UE regará generosamente con dinero de los contribuyentes a aquellas empresas cuya actividad sea considerada por los burócratas medioambientalmente sostenible, mientras que el resto quedará fuera. Así que tonto el último.

En principio, la taxonomía solo recurrirá a la financiación pública, pero puesto que su ámbito de aplicación es general, también las entidades financieras privadas podrán ser calificadas como sostenibles o no en función de a qué actividades económicas y empresas concedan sus créditos. En consecuencia, si quieren ganarse el favor de los burócratas de Bruselas y, claro está, acceder a su parte del botín, tendrán que asumir como propia esta taxonomía. Esto significa que la taxonomía no solo determinará hacia dónde va el dinero público sino también el dinero privado

La taxonomía de la UE es mucho más que un etiquetado. Es, como sus propios promotores reconocen, la piedra angular de la ingeniería social con la que se pretende imponer una transición energética monoteísta. Transición que ahora se ha visto forzada a conceder una dispensa a la energía nuclear y al gas porque en el horizonte despunta una crisis de dimensiones pavorosas. Pero esto no significa el reconocimiento de que la transición energética, tal y como ha sido planeada, es un disparate. Lo que anima esta rectificación no es el propósito de enmienda, sino el temor a que la crisis se vuelva tan virulenta que el entramado de la transición energética salte por los aires, y con ella sus promotores y todos los implicados. 

Pero, como decía anteriormente, la tormenta perfecta que se cierne sobre Europa empezó a formarse hace tiempo, y el vórtice que la ha alimentado no es ya la planificación de una transición energética imposible, en los plazos y en sus propios términos, sino una creencia: que la humanidad ha superado los límites planetarios y que urge ponerle freno al crecimiento económico. 

Este dogma hunde sus raíces en un informe encargado al MIT por el Club de Roma y que fue publicado en 1972. El documento, titulado Los límites del crecimiento, estableció la conclusión de que si el actual incremento de la población mundial, la industrialización, la contaminación, la producción de alimentos y la explotación de los recursos naturales se mantenía invariable, alcanzaría los límites absolutos de crecimiento en la Tierra durante los próximos cien años. El informe original ha sufrido varias actualizaciones por la sencilla razón de que sus pronósticos se han ido demostrando equivocados con el transcurso del tiempo, pero el dogma que lo animó, esto es, que el crecimiento económico es el principal enemigo del planeta, ha permanecido intocable.

Seguramente se pregunte usted, querido lector, qué relación existe entre esta creencia y las políticas energéticas emanadas de la UE, pues, al fin y al cabo, se supone que los políticos europeos son asesorados por expertos cuyas recomendaciones se basan en las evidencias y no en los dogmas. La respuesta es que la Unión Europea se convirtió en un vivero de ideólogos a partir del momento en que la denostada «Europa de los mercaderes» fue reemplazada por la «Europa de los tecnócratas». Esto explica por qué en el principal órgano asesor de la UE en materia de sostenibilidad, la Plataforma de Finanzas Sostenibles, hay personas que creen fervientemente en los límites planetarios y que la única forma de combatir el cambio climático es deteniendo el crecimiento económico. Una de las más influyentes es Sandrine Dixson-Declève, casualmente copresidenta del Club de Roma, y miembro de otros órganos consultivos de la UE. De hecho, el pasado 14 de junio, Sandrine, varios economistas y europarlamentarios conmemoraban en la sede del Parlamento Europeo el 50 aniversario de la publicación de Los límites del crecimiento. Para los amantes de las conspiraciones, añadir que, días antes, Sandrine también encabezó el cartel de Small Changes Won’t Do: Why We Must Change the System to Solve the Climate Crisis (Los pequeños cambios no son suficientes: por qué debemos cambiar el sistema para resolver la crisis climática), evento organizado por Open Society Foundations.

«Se ha difundido ampliamente el temor a que tanto la humanidad como el planeta estén condenados al desastre a no ser que seamos capaces de frenar el crecimiento»

Desde el principio, en Occidente ha habido siempre una estrecha relación entre la confianza en el progreso general de la humanidad y la necesidad del crecimiento y el desarrollo económico. De hecho, como bien señala Robert Nisbet, la Atenas del siglo V sentía un profundo respeto por las bases económicas sobre las que se elevaba la civilización griega. Las únicas excepciones en esta tendencia han sido quienes creían que la edad de oro de la humanidad no estaba en el futuro sino en sus inicios. Para esta minoría, los avances económicos y tecnológicos siempre han sido responsables de la decadencia moral y social.

Sin embargo, a partir de la segunda mitad del siglo XX, esta corriente tradicionalmente minoritaria empezó a volverse mayoritaria y cada vez más influyente. Y conforme lo hacía, la sociedad occidental desarrolló una hostilidad creciente hacia el crecimiento económico. Así, se ha difundido ampliamente el temor a que tanto la humanidad como el planeta estén condenados al desastre a no ser que seamos capaces de frenar el crecimiento. A no ser, en definitiva, que reduzcamos nuestra utilización de los combustibles y los recursos naturales. 

Esta es la idea que late en el corazón de la transición energética tal cual está siendo proyectada. De ahí que, en realidad, no importe demasiado cuán verosímiles resulten sus propuestas y sus calendarios o que constantemente se compruebe que nada sucede tal y como se había previsto, a pesar de las ingentes cantidades de dinero gastadas. 

Que a fecha de hoy las energías renovables no alcancen los volúmenes de suministro energético pronosticados años atrás, o que las emisiones no se reduzcan ni mucho menos conforme a lo calculado, o que la electrificación del parque automovilístico no alcance siquiera un tercio de lo prometido es irrelevante. En realidad, todos estos ‘errores’, si bien pueden generar zozobra en unos políticos cada vez más oportunistas e ignorantes, que solo ven en la transición energética un instrumento para el autobombo, no hacen sino coadyuvar a la consecución del objetivo de los verdaderos ideólogos: acabar con el crecimiento… pero solo en Occidente y, sobre todo, en Europa. Ese viejo continente, antaño dominante, que, desde los albores del pasado siglo XX, parece empeñado en suicidarse. 

No cabe otra explicación cuando la experiencia demuestra que la mejor estrategia para reducir la huella de la humanidad es el uso de los recursos naturales de manera más intensiva mediante la innovación tecnológica. Y que el desarrollo económico es imprescindible para preservar el medio ambiente.

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