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Velarde Daoiz

Las guerras climáticas (I): el consenso fantasma

«No hay ningún consenso en cuanto al grado de calentamiento que el incremento de CO2 producirá en nuestro planeta durante las próximas décadas»

Opinión
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Las guerras climáticas (I): el consenso fantasma

Boris Johnson, Pedro Sánchez y Antonio Guterres durante la pasada cumbre del clima COP26. | Europa Press

El 16 de mayo de 2013, el entonces presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, escribió un tuit que rezaba: «El 97% de los científicos están de acuerdo: el cambio climático es real, de origen humano y peligroso».

La base «científica» del «97%» en ese tuit se sustentaba sobre un «estudio» que, analizando los resúmenes de casi 12.000 publicaciones científicas que mencionaban en su resumen los términos «calentamiento global» o «cambio climático global», supuestamente atribuían la parte más importante del calentamiento al ser humano (pudiendo ser esa fracción el 51%, el 77% o el 100%). Ese estudio, como otros posteriores realizados utilizando parecida metodología, ha sido ampliamente desacreditado. Por cierto, el citado estudio no menciona en ningún momento que ese supuesto consenso mencione el «peligro» del cambio climático.

Pero incluso si ese 97% fuese cierto, o si fuera el 99,9%, e incluso si ese 99,9% dijera no solo que la mayor parte del calentamiento se debe al ser humano sino que lo hace todo el incremento de temperatura, afortunadamente la ciencia no se define por consenso. El consenso al principio del siglo XVI era que todos los astros giraban alrededor de la Tierra, incluido el Sol. Copérnico cambió ese consenso demostrando que los planetas orbitaban alrededor del Sol. Como dijo Galileo, «en cuestiones de ciencia, la autoridad de mil no vale más que el razonamiento humilde de un solo individuo».

El efecto invernadero (la capacidad de la atmósfera para retener el calor que refleja la Tierra y devolver parte del mismo a la misma, calentándola), es conocido desde el siglo XIX. En 1859, un físico irlandés llamado John Tyndall demostró sin ambigüedad su existencia y el hecho de que ciertos gases, entre ellos el vapor de agua y el CO2, absorbían radiación y la emitían de vuelta a la Tierra. Basándose en sus experimentos concluyó que, si el vapor de agua y el CO2 eran responsables de este efecto invernadero, cualquier variación en los contenidos de los mismos debería producir un cambio en el clima, y que los cambios en las concentraciones de esos gases podrían haber sido responsables de todos los cambios climáticos que revelaban las investigaciones de los geólogos hasta la fecha.

Posteriormente, en 1896, el primer hombre que intentó cuantificar el efecto en la temperatura global de la variación de la concentración de CO2 fue el físico sueco Svante Arrhenius, primer Premio Nobel de Química en 1903. Intentaba explicar las variaciones de temperatura entre periodos glaciales e interglaciales mediante las variaciones de los gases de efecto invernadero (hoy sabemos que las variaciones orbitales de la Tierra, los ciclos de Milankovic, explican mejor esos cambios de temperatura global).

Su resultado numérico (un calentamiento de en torno a cinco grados por doblar la concentración de CO2 en la atmósfera), en el que cometió lo que hoy sabemos eran errores importantes, tiene menos interés que el hecho de que Arrhenius fuera el primero en afirmar claramente que la quema de ingentes cantidades de carbón produciría un calentamiento del planeta. Quema de carbón en la que él, a diferencia de muchos científicos actuales que parecen incapaces de analizar los efectos netos de cualquier cambio, veía un lado positivo: precisamente el incremento de temperatura provocado por el CO2 impediría que la Tierra volviera a sufrir una Edad de Hielo.

Por cierto, también afirmaba que ese calentamiento seguiría una forma logarítmica: si doblar la concentración de CO2 desde 280 ppm hasta 560 ppm producía un incremento de temperatura X, para lograr otro incremento de temperatura similar la concentración debería volver a doblarse desde 560 ppm a 1120 ppm. Es decir, que un incremento exponencial de la concentración de CO2 produciría un incremento lineal de la temperatura global. Lo que es una forma indirecta de decir que si las emisiones permanecieran constantes el calentamiento incremental sería cada vez menor, por cierto.

El siguiente intento de cuantificar un posible calentamiento global debido al CO2 fue realizado en 1938 por un ingeniero inglés, Guy Callendar, aficionado a la meteorología. Callendar recopiló cuidadosamente los datos de las estaciones meteorológicas existentes desde el siglo XIX y las correlacionó con las mediciones históricas existentes de la concentración de CO2 en la atmósfera, con el objeto de demostrar empíricamente si ya se estaba notando la quema de carbón y petróleo en la temperatura de la Tierra.

Concluyó que sí, y estimó que el incremento de temperatura global al doblarse la concentración de CO2 sería levemente inferior a dos grados centígrados. Esa cifra saldría del efecto directo de calentamiento del CO2 (poco más de un grado al doblarse su concentración), más una serie de efectos indirectos (feedbacks) que también influirían en la temperatura. En concreto, él estimaba que esos feedbacks incrementarían suavemente el efecto directo del CO2: al provocar el CO2 una subida de temperatura, también se evaporaría más agua y aumentaría la concentración de vapor en la atmósfera (que es el principal gas de efecto invernadero), amplificando el calentamiento del CO2.

Pero esta amplificación tendría un límite, dado que al haber más vapor de agua también habría más nubes, que él estimaba que reflejarían el calor del Sol produciendo un cierto enfriamiento que limitaría el feedback amplificador. La importancia de Callendar en la climatología y el análisis del CO2 es tan significativa que al efecto invernadero producido por el CO2 se le llamó durante décadas «efecto Callendar», y sus publicaciones convencieron a otros científicos de la importancia de registrar regularmente las concentraciones de CO2 en la atmósfera, hasta concluir con el inicio de la medición permanente de dichas concentraciones en Mauna Loa por Charles Keeling desde 1958.

Por cierto, también el bueno de Callendar veía como positiva en varios frentes la quema de combustibles fósiles. No solo, obviamente, como fuentes de energía y calefacción, sino también por mejora de los cultivos en latitudes septentrionales y el crecimiento vegetal en general. Y, sobre todo, porque «la vuelta de los letales glaciares debería retrasarse indefinidamente».

El siguiente hito histórico en el estudio del efecto del CO2 en el efecto invernadero sucede en 1979, año en que las «National Academies» de EEUU reúnen a un grupo de científicos que produjeron el primer gran informe sobre el tema: «Dióxido de Carbono y Clima: una valoración científica». La conclusión que arrojaba el mismo era la siguiente:

«Asumiendo que se doble la concentración de CO2 en la atmósfera y cuando se alcance el equilibrio térmico, la predicción más realista de los esfuerzos modeladores resulta en un calentamiento global en superficie de entre 2 y 3,5 grados centígrados, con valores mayores en latitudes mayores. Este rango refleja las incertidumbres en la comprensión física y las imprecisiones derivadas e la necesidad de reducir el problema matemático a uno que pueda ser manejado incluso por los computadores más rápidos existentes«.

La gran diferencia entre esta estimación y la de Callendar (1,7 grados, por debajo del mínimo del rango ofrecido por este estudio, que estimaba como cifra más probable 3 grados de calentamiento al doblarse el CO2) es el efecto de las nubes. Así, mientras Guy Callendar consideraba que tenían un efecto de enfriamiento al reflejar hacia el exterior parte de la radiación solar, los autores de este estudio entraban en un mayor detalle y afirmaban que mientras las nubes bajas y medias probablemente producirían un enfriamiento, los cirros en altas capas de la atmósfera provocarían un calentamiento. 

Cerca de medio siglo después, pese al increíble incremento en la capacidad de computación y las ingentes cantidades invertidas en investigación del clima tras la creación del IPCC y seis informes de evaluación del estado del clima desde su creación, las cosas han avanzado pero no mucho: el último informe del IPCC ni siquiera tiene completamente claro si el efecto de las nubes es de amplificación del calentamiento (feedback positivo) o de enfriamiento (feedback negativo), a lo que otorga una probabilidad cercana al 10%.

No solo eso, sino que los modelos climáticos cada vez muestran más disparidad en el cálculo de la sensibilidad climática (el calentamiento terrestre cuando en la atmósfera se duplica la concentración de CO2 y se alcanza el equilibrio térmico): en la última generación de modelos, los hay que la estiman en 1,8 grados, y otros hasta en 5,6. Parece que cuanto más avanzamos, menos sabemos. Cuando escucho que «la ciencia está clara» (science is settled), mantra utilizado a menudo para descalificar como negacionistas a todos aquellos que no afirmen que la Humanidad camina hacia el Apocalipsis Climático, me da la risa.

Imaginemos que Newton hubiera calculado la constante de la gravitación universal con semejante nivel de error. Que dijera que la aceleración de la gravedad en la superficie terrestre se sitúa entre 5 y 25 m/s2, y que el cálculo de lanzamiento de proyectiles o de resistencia de los ascensores tuviera que hacerse con esa «precisión». 

La realidad es que la concentración en la atmósfera ha subido desde la segunda mitad del siglo XIX hasta nuestros días casi un 50%, desde 280 ppm (0,028%) a casi 420 ppm (0,042%). Y que durante ese periodo la temperatura ha subido aproximadamente 1,1 grados centígrados. Por tanto, todo parece apuntar a que la sensibilidad climática estará probablemente bastante por debajo de 3 grados… si asumimos que durante ese periodo la variabilidad natural del clima ha sido neutra, que es mucho asumir incluso para el IPCC (cuyo objetivo fundacional, por cierto, no es la investigación del cambio climático, sino del cambio climático debido a la acción humana).

Las incertidumbres en torno al efecto del incremento de vapor de agua, de la cantidad de aerosoles debida a la contaminación, de la radiación solar y del efecto de las nubes son las que provocan semejante disparidad de resultados de los modelos en cuanto al posible calentamiento del planeta para una misma concentración de CO2 en la atmósfera. 

Resumiendo:

  • Hay consenso científico unánime en que el clima siempre cambia
  • Hay consenso científico unánime en cuanto a que el incremento de la concentración del CO2 en la atmósfera terrestre debe producir un calentamiento. 
  • Hay consenso amplio en que probablemente buena parte del calentamiento de los últimos 150 años (1,1 grados aproximadamente), si no todo, se debe a la acción humana, y particularmente al incremento de CO2 atmosférico producido por la quema de combustibles fósiles
  • No hay NINGÚN consenso en cuanto al grado de calentamiento que el incremento de CO2 producirá en nuestro planeta durante las próximas décadas

Y esta es la parte «fácil» del problema, y la clave de todo (pues evidentemente no produce los mismos impactos un calentamiento suave que uno brusco en el mismo periodo de tiempo). Si no hay consenso en el grado de calentamiento, el consenso en cuanto a los efectos que dicho calentamiento producirá en el clima de la Tierra es aún menor. Y sin haber consenso sobre esos efectos, difícilmente puede haber consenso sobre los impactos negativos que esos efectos pueden causar (los positivos, que existen, han sido «olvidados» por la ciencia del clima desde que se dejó de hablar del efecto Callendar y el sustento de muchos depende de resaltar lo negativo del cambio climático). Ni a nivel global, ni mucho menos a nivel regional y local. Y naturalmente, no habiendo consenso sobre la cuantificación de esos impactos, ¿cómo puede haber consenso sobre cuáles deben ser las medidas para mitigar o adaptarnos al cambio climático?

Para los que quieran olvidarse del Consenso Fantasma y conocer mejor las Guerras del Clima, discusiones que existen y son mucho más intensas de lo que algunos nos quieren hacer creer, recomiendo encarecidamente la lectura de este artículo del recientemente fallecido Lois Careaga (todo su blog está trufado con auténticas joyas), uno de los hombres más inteligentes e intelectualmente honrados que he conocido jamás, además de un magnífico polemista. Te quiero, Lois.

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