THE OBJECTIVE
Manuel Pimentel

Economía (mala) y política, ingredientes del guiso electoral

«Alargar esta legislatura podría tener consecuencias muy negativas tanto para España como para los partidos que la gobiernen»

Opinión
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Economía (mala) y política, ingredientes del guiso electoral

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. | Jesús Hellín (Europa Press)

Por circunstancias políticas y económicas, podemos considerar la legislatura agotada, a pesar de que, en teoría, no finaliza hasta finales del próximo año. Ni habrá presupuestos para 2023 ni se aprobará ley ni reforma de enjundia alguna. Y mientras el gobierno camina zombie, la situación económica se deteriora tanto por causas internas como externas. Ante esta situación, ¿debería convocar el presidente Sánchez elecciones?

Si pensáramos en el interés general la respuesta sería la de que sí, que debería anticipar elecciones para que el nuevo gobierno naciera con el vigor suficiente como para afrontar las medidas necesarias ante la tormenta que se nos avecina. Y hasta aquí, el debería ser. Analicemos a continuación lo que es. Y es que, como bien sabemos, pesarán más las cuestiones puramente políticas y electorales que las de urgencia económica. Tratemos de meternos en la cabeza de nuestro presidente para intentar comprender los condicionantes que barajará a la hora de decidir cuál es el momento más adecuado para convocar elecciones según la brújula de su propio interés, claro está.

Los recetarios muestran los ingredientes que componen un guiso y la proporción de su mezcla. Pero, sin embargo, no existen dos cocineros a los que el resultado les sepa de idéntica manera. Por eso, conozcamos esos ingredientes fundamentales que están en este momento sobre la mesa, para tratar así de adivinar el plato que se servirá a los electores españoles.

Como elementos principales, los económicos. Se acaba la fiesta del dinero barato y abundante. El BCE ya ha puesto fecha para limitar sus políticas de compras y nadie duda sobre la subida de tipos. La cuestión es cuándo, en cuántas veces y hasta qué nivel. Este encarecimiento del dinero, en cantidad y precio, castigará especialmente a los países, empresas y personas más endeudadas. La historia de siempre, pero en este caso con el agravante del preaviso. Sabíamos que ocurriría, y, desgraciadamente, no nos preparamos para ello.

Llevamos en economía de excepción prácticamente desde que Draghi, en julio de 2012, diera el aldabonazo de la frase rotunda con la que salvó al euro: «El BCE está dispuesto a hacer lo que sea necesario para salvar al euro. Y, créanme, será suficiente». Y lo hizo y aún lo sigue haciendo. La crisis de la Covid, la del transporte, la de los suministros y ahora la guerra en Ucrania jalearon la extensión de los estímulos. Siempre encontramos un buen argumento para continuar cebando la máquina de los estímulos fiscales y financieros, y en esas estábamos cuando en el segundo semestre del pasado ejercicio el feo monstruo de la inflación enseñó la patita, primero, y su garra poderosa y destructora a continuación.

Nos dijeron que se trataba de un repunte coyuntural que mutó a estructural a medida que pasaban los meses. Con estos ingredientes en el puchero, conocemos el resultado del guiso. Subida de tipos y restricciones monetarias, recetas clásicas de la abuela, de las que nunca fallan, según los halcones del norte que son los que mandan. Y, si se vienen arriba, que es lo que parece que ocurrirá, también querrán meterle mano a los desequilibrios presupuestarios y al déficit, lo que equivale a recortes y ricino. 

O sea, que vienen curvas y no tardaremos en comenzar a notarlas. A España, con una deuda que ronda el 120% del PIB, la nueva situación le pilla con el pie cambiado. Los presupuestos tendrán que recoger una generosa partida para el servicio de la deuda, lo que generará las inevitables tensiones y recortes. De dónde saco, de donde no tengo, para pagar lo que no puedo y debo. 

La actual legislatura finaliza a finales de 2023 y el presidente de gobierno ya habrá comenzado, pues, a deshojar la margarita electoral. ¿Las convoco este otoño o espero al próximo? ¿Anticipo elecciones o agoto legislatura? 

No sabemos qué le indicará el caprichoso azar, pero sí sabemos que varias cuestiones afectarán poderosamente su decisión. En 2023, Europa se pondrá firme frente a España y exigirá orden presupuestario y control del déficit. Y, de no adelantarse elecciones, el Gobierno se encontraría sin presupuesto y sin energía interna, en vísperas de unos comicios a finales de año. Mal momento para otra cosa que no sean dádivas y promesas.

Cada fuerza política querrá marcar perfil propio y no querrá confundirse con la acción socialista de gobierno.  A favor del adelanto, pues, la imposibilidad de cerrar un presupuesto para 2023, en vísperas de año electoral. Por otra parte, como decíamos, para 2023 se tendrá que proceder a los recortes que Europa comenzará a exigirnos en los últimos meses del presente ejercicio y, eso de recortar, es lo que le menos puede apetecer a cualquier político meses antes de enfrentarse a unas elecciones. Alargar esta legislatura podría tener consecuencias muy negativas tanto para España como para los partidos que la gobiernen.

Las razones económicas aconsejarían el adelanto. Pero, ¿y las políticas? Feijóo ha entrado con buen pie en las encuestas. ¿Qué hacer, entonces? ¿Esperar a que se desinfle el globo de la novedad o temer al crecimiento de su popularidad? El presidente de la Junta de Andalucía, Juanma Moreno, acaba de convocar elecciones para el 19J, que será un excelente termómetro para medir la temperatura política de la parroquia. Serán muchos los que aconsejen al presidente esperar a sus resultados antes de tomar cualquier decisión. Y tienen razón. Es en ese momento cuando tendrá el indicador más claro de lo que debe hacer.

Vox parece sólido, pero sin grandes muestras de crecimiento, que es, en el fondo, lo que le interesaría a nuestro presidente, para presentarse hiperventilado, al estilo Macron, como paladín y garante de las libertades. 

El proyecto político de la vicepresidenta Yolanda Díaz no termina de arrancar y su izquierda se desangra por mil personalismos y luchas cainitas. No parece esta, pues, la mayor de las inquietudes de nuestro presidente, preocupado, como está, por el hundimiento excesivo de las fuerzas de izquierda que precisaría para forma gobierno.

Más allá de nuestras fronteras también se esperan acontecimientos importantes e influyentes. El segundo semestre de 2023 toca presidencia europea para España, lo que supondrá un formidable trampolín en notoriedad y prestigio, al menos en teoría, para quien ocupe la Moncloa. Quizás, por eso, le lleguen al presidente los cantos de sirena de convocar las elecciones cuando ya haya comenzado su jefatura europea, para aprovechar su tirón, aunque otros le repetirán que eso es un lío, porque sus congéneres le considerarán un presidente interino y eso debilitaría mucho su poder e influencia. Cuestión de enjundia que tendrá mucho peso en la decisión final.

Seguro que existen otras variables, algunas conocidas y otras que ni figurarnos podemos. Pero, a buen seguro, las expuestas son de las importantes. Atención a las variables políticas, pero, sobre todo, a las económicas. Llegar a final de mes será una tarea crecientemente ardua para la clase media que pone y que quita presidentes. No por mucho repetido, deja de ser importante. Es la economía, estúpido. Pues eso. Es la economía y la nuestra no va bien.

Lo vamos a pasar mal y necesitamos a quién nos ayude a superar el trago. Deberían convocarse elecciones para otoño. Hasta aquí, la teoría. Pero, en la práctica, será Sánchez quién decida. Ahora que ya conoce algunos de sus principales condicionantes, póngase en su lugar. ¿Qué haría usted entonces? ¿Adelantar o aguantar? Arriesgue en su respuesta. Si acierta, quizá tenga un futuro como consultor político, ahora que tanto se llevan y que tanta falta hará un buen sueldecillo.

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