THE OBJECTIVE
David Mejía

El sopapo

«Vayamos hacia un futuro más libre, donde se puedan cometer errores sin riesgo de ostracismo y hacer bromas de mal gusto sin riesgo de sopapos»

Opinión
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El sopapo

Chris Rock y Will Smith. | Robyn Beck (AFP)

Celebro que tantos medios hayan reparado en el comentario machista que sufrió Penélope Cruz en la gala de los Oscar: el presentador, Chris Rock, se refirió a ella como «la mujer de Bardem» en un chiste trasnochado. Lo sorprendente es que los mismos medios no tengan reparo en referirse a Jada Pinkett-Smith como «la mujer de Will Smith». Sobre todo porque Jada no es una turista accidental en Hollywood: ha actuado en más de 30 películas, algunas de gran proyección, como el remake de El profesor chiflado con Eddie Murphy, Bamboozled, de Spike Lee, o Collateral, de Michael Mann, aunque el clímax de su fama lo debe a su interpretación de Niobe en la saga Matrix. Sin embargo, pese a esta fornida trayectoria, desde que su marido agredió a Chris Rock ha sido «la mujer de Will Smith» en todas las crónicas. Quizá porque negarle una entidad propia es la manera de justificar el sopapo como acto de protección. 

El caso-sopapo ha vuelto a convocar a los siperoístas de guardia: «Sí, condeno la agresión, pero…». Debo de ser muy simple, porque para mí no existe complejidad alguna: prefiero una sociedad tolerante con las bromas e intolerante con los puñetazos a su contraria: la que condena con vehemencia un chiste de mal gusto, pero tolera una agresión. En mi simpleza, considero que golpear a alguien está mal, aunque ese alguien haya hecho una broma de mal gusto sobre un ser querido. 

Pero la condena debe ser inequívoca por un motivo menos elemental: no hacerlo pondría en riesgo un feudo de la libertad de la expresión, los escenarios. Sigue siendo un misterio de la sociología que una sociedad tan puritana como la estadounidense conserve la escena de comedia más libre del mundo. A diferencia de lo que ocurre en otros países (ejem), los cómicos americanos hablan en contra del poder sociológico. Y es por eso que no me preocupa tanto la mejilla de Chris Rock como el futuro de la comedia. Si la agresión no se interpreta como un atentado contra la libertad del humor corremos el riesgo de que esa libertad se contraiga. Porque la próxima gala será un lugar menos libre —quizá más seguro para los alopécicos— donde los guionistas se verán tentados a cometer el peor pecado de la comedia: sacrificar la risa por el bienestar del público. 

Lo que es seguro es que el episodio perseguirá a Smith para siempre: en su conciencia y en forma de chiste en las galas venideras. En mi opinión, merece un perdón incondicional, y quiero creer que los rumores sobre la retirada de su premio no tienen fundamento. Se dice que lo mejor es enemigo de lo bueno, y yo añado: el puritanismo es enemigo del bien. En las sociedades puritanas no hay espacio para el perdón, lo que conduce a infligir castigos severos por males menores. Smith cometió un error que no debe marcarle. Vayamos hacia un futuro más libre, donde se puedan cometer errores sin riesgo de ostracismo y hacer bromas de mal gusto sin riesgo de sopapos.

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