THE OBJECTIVE
Pilar Marcos

Lenta y prolongada agonía del sanchismo

«El logro más evidente del mandato de Sánchez ha sido impulsar el empobrecimiento de los más»

Opinión
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Lenta y prolongada agonía del sanchismo

Pedro Sánchez y Gabriel Rufián. | Europa Press

Descontento, desafección, rechazo, hartazgo, implosión… Todo eso y más define la situación política de Pedro Sánchez a los ojos de los españoles. Descontento generalizado; desafección hasta de los más entregados palmeros; rechazo creciente, también entre los partidarios; hartazgo ante tanto embuste: Gobierno al borde de la implosión… 

En cuatro años desde la moción de censura el logro más evidente del mandato de Sánchez ha sido impulsar el empobrecimiento de los más, mientras exhibía -con desacomplejada fanfarria- la extracción de rentas de casi todos para favorecer a sus amigos. Pero la élite extractiva que nos gobierna ya no tiene de dónde extraer sin que se revuelva aún más la calle, hasta hace no tanto perfectamente controlada por la izquierda.

El miedo al hartazgo ha llevado al diputado Gabriel Rufián (ERC) a avisar a sus compas de toda la izquierda (es decir, al conglomerado Frankenstein) del riesgo creciente de quedar en nada cuando no haya más remedio que convocar elecciones. «Interpelo a cualquier señoría de izquierdas. ¿No están hartos y hartas de decir que viene la ultraderecha?», les preguntó el miércoles para responderse: «¿Saben por qué pasa todo esto? Primero, porque a la izquierda no nos entiende nadie (…) Segundo, porque hablamos de temas que no le interesan a nadie. Es duro, ¿eh? Es duro. ¿Saben qué le interesa a la gente? ¿Saben qué entiende la gente? Que la luz ha subido un 80% el último año, que el butano ha subido un 33% el último año y que la gasolina ha subido un 30% el último año». 

El miércoles fue un pésimo día para la estabilidad parlamentaria de Sánchez. Por la mañana, Rufián. Por la tarde, el enfadado fue Aitor Esteban (PNV), es decir, el más adusto respaldo del sanchismo desde la moción de censura de mayo de 2018. Tan soliviantado estaba con el cambio de posición del Gobierno en el espinoso tema del Sáhara Occidental -desvelada a través de una sorprendente misiva de Sánchez al Rey de Marruecos- que al diputado Esteban se le escapaban tacos al por mayor. Aquello fue algo más que ‘la expresión de los más distinguidos sentimientos’ del portavoz peneuvista, por utilizar la ‘perspicaz’ redacción del presidente Sánchez en su real carta.

Si el PNV se diera mus y las «señorías de izquierdas» hicieran caso a la recomendación de Rufián, el Gobierno podría enfrentarse a una temporada con solo 120 diputados. Una situación agónica, sin duda, pero de prolongada agonía. Conviene no olvidar que Sánchez llegó a La Moncloa con solo 85 diputados, el peor resultado de la historia del PSOE, y ha ido tirando cuatro años (con dos elecciones generales) sin conseguir el respaldo mayoritario de lo que antaño fueron los votantes socialistas. 

Llegó con 85 y disolvió unos meses después en la confianza de dar un gran salto adelante en votos y escaños tras el rechazo de ERC a su proyecto de Presupuestos. No hubo tal: 123 diputados en abril de 2019. Repitió en noviembre para mejorar y … 120 escaños. Y firmó su coalición con un jibarizado Pablo Iglesias para reeditar su Frankenstein. Por tanto, el hartazgo ciudadano actual no permite prever, por sí mismo, una inminente convocatoria electoral. Entre otros motivos porque las perspectivas electorales de su socio Podemos son incluso más tenebrosas que las del propio Sánchez: por eso aguantan lo que les echen sin dejar el Consejo de Ministros.

Aunque el Gobierno entre en estado agónico, la agonía será prolongada. ¿Qué puede acelerarla? Solo el PSOE, si tal cosa aún existe. La aceleración ya ocurrió en mayo de 2011, cuando se cumplía justo un año de la moción de censura que José Luis Rodríguez Zapatero tuvo que hacerse a sí mismo por estricto mandato de las exigencias de la Unión Europea ante la crisis. El precio en las urnas por la obligada trasluchada de Zapatero lo pagaron los candidatos socialistas a las elecciones municipales y autonómicas de mayo de 2011. El mapa de España se tiñó de azul y dos meses después, a finales de julio, Zapatero convocó las elecciones para el 20 de noviembre (una fecha de resurrección franquista), con Alfredo Pérez Rubalcaba como candidato socialista.

Los alcaldes, concejales y presidentes autonómicos del PSOE no querrán volver a ser el primer pagano de la desafección ciudadana en las urnas: hay elecciones andaluzas este año, y municipales y autonómicas en mayo de 2023. Pueden hacer algo.

Los partidos viven en sus militantes y votantes más activos, aunque su razón de ser debieran ser todos sus votantes: pasados, presentes y potenciales. Pero en la vida diaria de los partidos importan los más activos, que son aquellos dispuestos a apoyarlo todo, pero también a colapsar la centralita de cada sede cuando deciden quejarse por decisiones de la dirección, o incluso -como ocurrió el domingo 20 de febrero ante la sede del PP- cuando se enfadan tanto que salen a manifestarse contra sus líderes. Que ocurra algo así es extremadamente improbable, pero no es imposible. Fue en Ferraz la primera manifestación de militantes de un partido contra su dirección. Sucedió en octubre de 2016, ¿se acuerdan? Pero entonces estaban a favor de Pedro Sánchez y en contra de lo que fue la gestora. Ahora los socialistas logran juntar a muy pocos partidarios para aplaudir a su líder en los escasos recorridos que hace en coche cuando baja del Falcon: solo se escuchan abucheos. 

En todo caso, si algo garantiza la experiencia previa de 2011 es que Sánchez no tendrá ninguna prisa por tomar la senda de entonces. Mejor esperar y, en lo posible, mutualizar el desgaste. Esa mutualización era evidente con Pablo Casado, pero no lo es con Alberto Núñez Feijoo. Y no solo porque el anterior líder del PP fuera -como Pedro Sánchez, Pablo Iglesias y Albert Rivera- un conspicuo representante de la hoy muy desprestigiada ‘nueva política’. También porque Feijoo sí ofrece la imagen adulta de una alternativa solvente. 

¿Qué podría ganar Sánchez si convoca antes de las elecciones andaluzas? Si cree en sus posibilidades de victoria y, además, gana para gobernar, le serviría de mucho: tendría un efecto arrastre en andaluzas, municipales y autonómicas, cuatro años con el mandato renovado, y animaría otra probable crisis en los partidos de oposición, singularmente en el PP. Pero ¡ay, si pierde! Nada garantiza que esa muy probable derrota absorba todo el rechazo, lo que dejaría en muy mala posición al PSOE en las convocatorias de este año y de mayo de 2023. 

También se habla de un super-mayo, que podría servir para diluir el rechazo hacia Sánchez en la placenta del aprecio que puedan ofrecerle, como capital político, alcaldes y presidentes autonómicos. El perjudicado, otra vez, sería el PSOE. Pero lo será en todo caso. 

El ‘manual de resistencia’ sanchista invita así a aguantar y posponer la convocatoria hasta que sea impostergable. El único problema, y no es pequeño, es que ya son amplísima mayoría los españoles que ya no le soportan. Que alguien tan ponderado como Félix de Azúa clamara, el sábado en estas mismas páginas, por «elecciones inmediatas y expulsar a sus jardines a los ángeles adolescentes de la destrucción» ofrece una precisa medida de la amplitud de un hartazgo que previsiblemente seguirá creciendo. Y Sánchez solo hará caso al «¡Elecciones, ya!» de Azúa si es para ganar. Semejante hipótesis no se ve en el horizonte.

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