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Anna Grau

Kissinger (de bolsillo) era catalán

«Todos los cobardes se parecen, pero cada valiente lo es a su manera»

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Kissinger (de bolsillo) era catalán

El expresidente de la Generalitat Jordi Pujol en el debate 'Escolta, Europa' | Europa Press

Hace años, unos cuantos, pero menos de los que parece, la Generalitat pujolista tímidamente anunció el nombramiento de un secretario de Acción Exterior o algo así. Vista la exuberancia del Diplocat actual, sus fastos y sus gastos, da hasta risa la conmoción que aquel minúsculo nombramiento desencadenó en el Parlament de entonces. Recuerdo una lapidaria intervención de Aleix Vidal-Quadras, que dejó a Jordi Pujol lívido: «Con todos los problemas que hay ahora mismo en Cataluña… ¡a usted no se le ocurre otra cosa que autoregalarse un Kissinger de bolsillo!».

Llevó un cierto tiempo que la «acción exterior» de la Generalitat dejara de simplemente promocionar empresas catalanas en el extranjero para empezar a «vender» Cataluña a secas, no en armonía con el resto de España, sino en franca competencia a menudo desleal. Me viene a la memoria una reunión de Pujol en Rabat con el rey Hassan II de Marruecos donde lo verdaderamente importante era que el presidente catalán aguantara reunido por lo menos un minuto más de lo que lo había estado Felipe González.

Otros momentazos memorables: cuando Pujol cogió un avión a Roma con sus escoltas, los neonatos Mossos d’Esquadra… que embarcar, lo que se dice embarcar, embarcaron. Pero tuvieron que dejar todas sus pistolas en tierra.

En un viaje a la URSS recién difunta, allá por 1993, Pujol y otros miembros del Comité de las Regiones visitaron el lugar desde el que se comunicaba con la estación orbital MIR, entonces todavía dando vueltas alrededor de la Tierra, con astronautas de varias nacionalidades dentro. Uno era francés. Concretamente, de la región de Languedoc-Roussillon, cuyo presidente, verde de envidia porque Pujol tenía TV3 y él no, no tuvo mejor ocurrencia que presentarle a su astronauta a «mon grand ami, le président de la Catalogne» y obligarles a hablar del tiempo y del espacio. Fue digno de ver cómo las cámaras de la televisión catalana se erguían hacia el cielo como cabezas nucleares. Yo misma tuve que despachar de urgencia una crónica al diario Avui, donde entonces trabajaba, que para mi gran vergüenza se publicó bajo el ridículo título: «Missatge intergalàctic del president». Espero que se me crea cuando digo que a mí me consultaron aquel titulo tanto como a los autónomos la cuota.

Pujol ya había apuntado maneras de geoestratega de pega cuando, como quien no quiere la cosa, va un día y deja caer que «Cataluña es como Lituania…pero España no es como la URSS». ¿Dónde estaba entonces el interés de la analogía/gatillazo, que suscitaría cataratas de artículos sobre «el deshielo del Báltico» y mil astutes y ambiguas maneras catalanas de navegarlo?

Pero la cosa empezó a ponerse seria con la guerra de los Balcanes. Ese fue el primer laboratorio de ideas de los Kissingers de bolsillo del nacionalismo catalán. De repente lo tenían clarísimo: Serbia era como España. Croacia y Bosnia eran como Cataluña. De esta reducción al absurdo derivaron no pocos disparates, tanto en la visión de lo que realmente estaba sucediendo en la antigua Yugoslavia, como de en qué debía consistir la «acción exterior» catalana: pues más o menos, en propagar arriba y abajo una leyenda negra antiespañola como no se veía desde los tiempos de Felipe II.

Era cuestión de días que los indepes de ahora emularan a sus mayores, comparando a España con la Federación Rusa y a Cataluña con Ucrania bajo la bota de Putin. Se necesita desparpajo, más teniendo en cuenta que no quiero ni pensar a qué se habrá estado dedicando la oficina/embajada/minikissingería de la Generalitat en Rusia últimamente…

Ya puestos, otro apunte histórico: ¿se acuerdan de cuando a Boris Yeltsin -todavía en la cima de su efímero prestigio- le dio un jamacuco estando de visita oficial en Barcelona, donde los médicos catalanes le salvaron la vida? Cuando ya convaleciente recibió en el hospital la visita del en su día plenipotenciario valido pujolista Lluís Prenafeta, este último se esperaba encontrar al ruso no llorando de gratitud, pero vamos… ¿Con qué se encontró de verdad? Con que Eltsin, con toda su cara, le decía: «Verá usted, yo no contaba con esto, que me obliga a prolongar mi estancia en Barcelona, lo cual no estaba previsto por nuestro presupuesto…». Es decir, que le pidió dinero para gastos encima. Y Prenafeta se lo dio. ¿Porque era tonto? Puede ser, pero no en el plan que ustedes se podrían estar imaginando ahora mismo. Prenafeta aspiraba a hacer negocios en la nueva y restallante Federación Rusa, y entonces se le ocurrió… de todo, menos que le iban a timar. Le sacaron hasta la camisa (de la Generalitat primero, la suya propia después) y no le dieron ni la hora. No lo digo yo, lo cuenta el mismo Prenafeta en unas memorias que le escribió el todavía controvertido director de TV3, Vicent Sanchis.

Por cierto, que esta dinámica rusa de prometer el oro y el moro a nacionalistas catalanes desatados, usarles como un kleenex y luego dejarles con un palmo de narices, parece que ha tenido cierta continuidad en el tiempo. Que se lo pregunten a un tal Carles Puigdemont, que le cuesta al procés, es decir, nos cuesta a todos, más que un hijo tonto.

En cuanto a Josep Borrell y lo que dijo de los líderes que no huyen en coche… Como diría Tolstói: todos los cobardes se parecen, pero cada valiente lo es a su manera. Y ahora mismo ser ucraniano, ser español y ser catalán requiere ser muy valiente. Más de lo que ningún Kissinger de bolsillo lo ha sido jamás.

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