THE OBJECTIVE
Nadia Khalil

Por un 8-M abolicionista

«La prostitución no puede ser un trabajo como cualquier otro porque se vende el acceso sexual al cuerpo de las mujeres»

Opinión
5 comentarios
Por un 8-M abolicionista

Massimo Percossi (Zuma Press)

Aunque este 8-M llegue con menos ruido que en otras ocasiones, en parte por razones tan terribles como la invasión rusa a Ucrania, sigue siendo un día de reivindicaciones. Una de las que destaca este año es abolir la prostitución.

Prostituir, según la RAE, tiene dos acepciones. La primera consiste en hacer que alguien se dedique a mantener relaciones sexuales con otras personas a cambio de dinero. La segunda incorpora un matiz degradante, relativo al estigma social que la actividad lleva implícito: deshonrar o degradar algo o a alguien abusando con bajeza de ellos para obtener un beneficio.

Si es notable la diferencia entre estas dos acepciones, no es menor el trecho que media entre dos tendencias del feminismo: el abolicionista, que define como víctimas a las personas que ejercen la prostitución, y el prosexo, que habla de trabajadoras sexuales. El debate, como otros tantos, es susceptible de prolongarse hasta el infinito, de manera que una buena forma de zanjarlo, aunque sea temporalmente, es recurrir a los datos.

La prostitución es una pieza clave de la economía criminal. De acuerdo con los datos de ONU Mujeres, la trata de personas es la segunda actividad ilegal más rentable después del narcotráfico. El 84% tiene fines de explotación sexual, y el 94% la llevan a cabo mujeres y niñas. La gran mayoría de las mujeres prostituidas provienen de países con altas tasas de pobreza. Huelga decir que las redes mafiosas llevan a cabo esta actividad ilegal sirviéndose de la mala coordinación entre países. Los «demandantes» son un 99% hombres.

¿Y en nuestro país? La prostitución en España no está reconocida como una actividad laboral (quien la ejerce no cotiza, ni paga impuestos ni tiene derechos laborales), pero tampoco es delito. Según estadísticas de la Policía Nacional, un 80% de las mujeres que ejercen la prostitución lo hacen forzadas. La ONU afirma que España es el tercer país del mundo con mayor consumo de este tipo de «servicios». Según el INE, al menos tres de cada 10 hombres han pagado por sexo alguna vez en su vida… Son datos que hablan por sí solos.

Las prostitutas forman el colectivo más vulnerable frente a las violencias machistas. Pueden llegar a sufrir violencia física, explotación, privación de la libertad, discriminaciones, humillaciones, amenazas e, incluso, morir asesinadas. Naturalmente, estos asesinatos no cuentan como casos de violencia de género si el asesino no guarda relación de afectividad (conyugal, sentimental estable, convivencia…) con la mujer asesinada.

¿Cómo solucionar este problema? Hasta la fecha, los países solían elegir entre dos grandes modelos. En primer lugar, el prohibicionista, que es el de Estados Unidos, China o Marruecos: todo lo relacionado con la prostitución es delito, de suerte que todas las personas implicadas, tanto los proxenetas como los «clientes» y las prostitutas, son delincuentes. El modelo regulacionista, en segundo lugar, se da en Alemania, Austria o Países Bajos, y establece que la prostitución es una actividad laboral equivalente a cualquier otra; las prostitutas son «trabajadoras sexuales» y los proxenetas, «empresarios del sexo».

Pero en los últimos años ha cobrado fuerza un tercer modelo, que es el abolicionista. Según este, que rige en países como Francia, Islandia y Suecia, la prostitución no es el ejercicio de la libertad, sino la imposición de una relación sexual a una persona que solo consiente a cambio de dinero. La prostitución sería, además de un freno a la igualdad, violencia en sí misma, pues el deseo, por definición, no se puede comprar. Por ello, el modelo abolicionista penaliza a «clientes» y proxenetas y considera víctimas a las mujeres, ofreciéndoles un acompañamiento social y protegiéndolas contra represalias.

Quizá el argumento más contundente contra la prostitución lo ofreciese Carol Pateman en El contrato sexual (1998). A su juicio, la prostitución no puede ser un trabajo como cualquier otro por la peculiaridad, en absoluto soslayable, de que se vende el acceso sexual al cuerpo de las mujeres: la inmensa mayoría de compradores son hombres y la mayoría de los cuerpos en venta son de mujeres. ¿Obvio? Quizá, pero en ocasiones las obviedades hay que recordarlas.

Algo está cambiando. Recientemente, el Telediario de TVE hablaba de «puteros» sin ningún pudor, e incluso el término aparecía rotulado durante parte de la noticia. Denota un gran cambio que este hecho, impensable hasta hace poco, no provocara escándalo alguno. ¿Acaso ha llegado el momento de tomarnos la cuestión en serio?

Publicidad
MyTO

Crea tu cuenta en The Objective

Mostrar contraseña
Mostrar contraseña

Recupera tu contraseña

Ingresa el correo electrónico con el que te registraste en The Objective

L M M J V S D