THE OBJECTIVE
Teodoro León Gross

¿Dígame? ¡Sánchez al teléfono!

«Sánchez va para un año sin telefonear a Casado. En dos años, dos encuentros, dos llamadas. Esto es una anomalía democrática»

Opinión
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¿Dígame? ¡Sánchez al teléfono!

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. | Europa Press

Días atrás, el escritor Alejandro Palomas hizo público un relato estremecedor de los abusos que había sufrido en su infancia. Y mencionó en la SER que eso era algo que debería oír el presidente del Gobierno. Dicho y hecho. Sánchez lo telefoneó de inmediato y apenas una semana después, ayer mismo, ya lo había recibido en la Moncloa.

No sucedió, por supuesto, que Isabel Rodríguez, portavoz del Gobierno, replicase destempladamente: «Si el señor Palomas quiere hablar con el presidente del Gobierno, no tiene nada más que llamar a Moncloa».

Nada más lejos. Sánchez levantó el teléfono a la mañana siguiente, poco después de empezar la jornada, y quedaron en verse en una semana. Sería el mismo día de la votación de la reforma laboral, apenas regresar de Emiratos, donde Sánchez no ha contemplado hablar con el Rey Juan Carlos. A Alejandro Palomas se le haría hueco en la agenda sí o sí.

Hay que elogiar a Sánchez por telefonear y recibir al señor Palomas. Nunca estará de más que un presidente baje a la calle, donde pasean once millones de pobres según Cáritas, la cifra más elevada desde el crack de 2008. El llamado Síndrome de la Moncloa es un alejamiento irredimible de la realidad que empeora si coincide con el Mal del Falcon. Pero hay demasiadas razones para creer que lo de Sánchez sólo es una operación de propaganda bien calculada por sus asesores.

–Esta llamada te interesa, presidente. Tendremos un buen reportaje gráfico. Los nuestros se volcarán. –Algo así debió de ser, de pensamiento, palabra, obra o misión para un subalterno.

Con todo, lo que eleva la anécdota a categoría no es que un presidente ceda a la tentación de la propaganda. A eso no escapa ningún mandatario. Si este episodio adquiere tonalidades feas es por contraste con lo sucedido días atrás, cuando el líder de la oposición también consideró que sería conveniente una conversación con el presidente, como ha sucedido siempre que hay tropas españolas en un escenario bélico potencial. Al día siguiente no sonó el teléfono.

En este caso Isabel Rodríguez, la portavoz, sí dijo: «Si el señor Casado quisiera hablar con el presidente del Gobierno, no tiene nada más que llamar». 

Por ridículo que resulte, la soberbia acaba así: el emperador no va a rebajarse a llamar a Casado, pero Su Sanchidad –qué hallazgo, a quien corresponda el mérito– sí se dignaría a levantar el teléfono si el súbdito llama como quien pide audiencia humildemente.

Sánchez va para un año sin telefonear a Casado. En dos años, dos encuentros, dos llamadas. Esto es una anomalía democrática. Hay algo grotesco en la soberbia con que forzó la llamada del presidente del PP, con el que parece darse por contento con verse cara a cara en las broncas ásperas de las sesiones de control. Por el contrario, sí, apenas tardó en reaccionar para llamar a Alejandro Palomas «con cobertura oficial». 

Una vez más: hay que elogiar que Sánchez haga un gesto a las víctimas de abusos, silenciadas durante años con la complicidad de muchos. No tardó en decirle: «Nos vemos muy pronto». ¿Y al líder de la oposición que representa directamente a cinco millones de personas, e indirectamente a más de diez millones de ciudadanos que han votado partidos en la oposición? Nada de lo que sorprenderse con Sánchez, al cabo. A Pere Aragonès lo recibió tras un mes en el cargo; al presidente andaluz tardó más de 880 días, más de dos años, a pesar de que éste le reclamaba el encuentro. Juanma Moreno representa a casi la quinta parte de los españoles; pero aunque sólo representara a un colectivo. Ese es Sánchez. Solo Aznar, antes de él, alcanzó ese nivel de soberbia no ya ensimismada, sino exhibicionista. Ningún otro presidente ha mostrado esa disposición a disfrutar descaradamente del placer de despreciar a otros dirigentes.

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