THE OBJECTIVE
Diogo Noivo

Mailer, Cervantes, literalidad y cancelación

«Tenemos que ser capaces de criticar a los medios sin que nos vilipendien por supuesta oposición a los fines»

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Mailer, Cervantes, literalidad y cancelación

Norman Mailer. | Zuma Press

Escribió Bellow que la literalidad drena la humanidad de cada uno. De hecho, nuestro interés –así como cualquier atisbo de decencia– se agota rápidamente si nos destituyen de matices, contradicciones y complejidades. Una mirada literal puede ascender miserias íntimas o circunstancias ajenas a la condición de principio de vida y, por esa vía, a posibles crímenes de lesa humanidad. Bajo una contemplación puramente literal ni el más santo de los santos resiste a revelar aristas propias de un cafre. 

La estrechez de miras propia de autoritarismos vetustos, que reduce la pluralidad de una vida a unos pocos trazos condenables, parece haber salido del cajón de la Historia para imponerse como el nuevo normal. Su sesgo sirve a la perfección las taras de las diferentes tribus posmodernas que se hacen hueco en el espacio público. Eso sí, en nombre de un concepto noble como el de la justicia.

La literalidad permitió que, en noviembre pasado, por ocasión de su fallecimiento, algunos presentaron a Frederick de Klerk como un tótem del apartheid, cuando en realidad, aunque fuera el último presidente de aquel régimen, figura junto a Nelson Mandela en el panteón de los principales responsables por el fin de la institucionalización del racismo blanco en Sudáfrica. Permitió igualmente al movimiento Black Lives Matter –cúspide de literalidad– vandalizar una estatua cervantina en Estados Unidos por considerar al padre de El Quijote cómplice de siglos de esclavitud. Y permitió que se retiren cuentos infantiles, como Caperucita Roja, de una escuela de Barcelona bajo el argumento de trasmitir moralejas sexistas. Los casos son tan diversos como el pluralismo que censuran.

El año mal ha empezado, pero la literalidad no desarma. Se rumorea que Random House abandonará la obra de Norman Mailer, cancelando así todas las iniciativas previstas para celebrar el centenario del nacimiento del autor en 2023. ¿El motivo? Parece que uno o más funcionarios de mucha literalidad y poca literatura se indignaron con el título y el contenido del ensayo The White Negro, publicado en 1957. A Mailer no le salvan ni dos premios Pulitzer, ni haber fundado el llamado ‘Nuevo Periodismo’ con Joan Didion, Truman Capote y otros, ni ser una voz celebrada de la contracultura de los años 60. La infame palabra ‘N’ y la prosa transgresora serán suficientes para echar la obra del catálogo. No merece la pena seguir dando ejemplos porque el tema se presta a adendas tan penosas como copiosas.

Pero sí se justifica notar otro punto casi siempre oculto bajo su evidencia notoria: la obliteración de matices, la confusión entre contextos históricos y la equiparación de lo radicalmente diferente favorecen la eliminación intencional de la frontera que separa los fines de los medios. Rechazar los segundos no significa objetar a los primeros. Uno puede repudiar el histrionismo pueril de la niña Greta sin menospreciar la necesidad imperiosa –y urgente– de políticas que mitiguen los efectos del cambio climático. Podemos reconocer la existencia de racismo sistémico en las fuerzas y cuerpos de seguridad de EEUU, que quebranta principios elementales del Estado de Derecho, y aun así rechazar los métodos revolucionarios burdos del Black Lives Matter. Por conectarme a lo cotidiano, podemos cuestionar la eficacia de algunas medidas de control de la pandemia sin redundar en creencias negacionistas. En fin, advirtió el afamado secretario florentino que los fines no justifican los medios, donde escuece darse cuenta de que estas obviedades son hoy rarezas adustas. 

Consciente de ello, en las páginas de la edición navideña de la revista The Spectator, Rory Sutherland alerta de que tenemos que ser capaces de criticar a los medios sin que nos vilipendien por supuesta oposición a los fines. Este principio se puede declinar en otro: tenemos que desarrollar el derecho a criticar a esos medios sin que nos acusen de abrazar fines tan perversos como los medios rechazados. En otras palabras, que sea posible repudiar al sectarismo xenófobo de los separatismos catalán y vasco sin que nos acusen de estar inebriados por reaccionarismo nacionalista español.

Pessoa dejó para la posteridad la lección de que somos del tamaño de lo que vemos. La literalidad nos hace enanos intelectuales y convierte el espacio público en un lugar apretado. Que 2022 nos traiga más literatura y menos literalidad.

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