THE OBJECTIVE
Ferran Caballero

Migas y espinas

«Prefiero seguir multiplicando las riquezas antes que contentarnos repartiendo miserias y creo que ese capitalismo que tanto disgusta al Papa es el mejor camino de retorno al paraíso que ha encontrado el hombre»

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Migas y espinas

VINCENZO PINTO | Reuters

Advierte el Papa a los cristianos que en ningún lugar se dice que Jesús multiplicase los panes y los peces. Que se ve que sólo los dividió. Y tiene razón. Es sorprendente, pero tiene razón. Yo lo tenía por un milagro y, más aún, por uno de los más obvios y conocidos. Pero me equivocaba y todo el milagro, y según cómo no es poco, está en la generosidad y, quizás, en la equidad de quien parte y reparte y satisface a todos con la misma parte. Si a esto rara vez lo llamamos milagro es porque no esperamos tan poco de los hombres. Y si no esperamos tan poco es porque somos unos afortunados. La generosidad de repartir panes y peces es sólo milagrosa en contextos de extrema necesidad, donde está al alcance de muy pocos, quizás santos. Y es normal que a Dios le llene de orgullo y a mi de admiración. Como normal sería, creo yo, sospechar muy mucho de un argentino que celebra como milagrosa la repartición de la miseria.

Porque, si en este reparto bíblico no hay milagro, si cinco panes y dos pescados bien repartidos sacian a «una gran cantidad de gente», será porque son unos panes y unos peces muy grandes o porque son unos estómagos muy pequeños, de gente acostumbrada a comer demasiado poco. Es más, si el Evangelio de San Juan tiene razón y los hombres eran «en número de unos cinco mil», sin milagro no da. O son ballenas y San Juan nos engaña, o simplemente no da. Y yo no voy a discutir con el Papa, faltaría más, sobre los evangelios, pero debo constatar que en la realidad, en nuestra realidad, y no digamos ya en la realidad de la Biblia, con el reparto y la división simplemente no da. Que no está el mundo para limitarse a repartir y que condenar la acumulación y la multiplicación sigue siendo, por el momento y desde la expulsión del paraíso, un privilegio raro. Una pijada, incluso, de gentes tan y tan ricas que pueden dedicarse a dilapidar sus bienes en filantropías o centros municipales de nuevas masculinidades. 

Como creo que con lo que hay, simplemente, no da, yo prefiero el milagro. Prefiero seguir multiplicando las riquezas antes que contentarnos repartiendo miserias y creo que ese capitalismo que tanto disgusta al Papa es el mejor camino de retorno al paraíso que ha encontrado el hombre. Que en el capitalismo, y no me dirán que no es un milagro, uno sólo puede enriquecerse dando a los demás lo que desean y que eso es bueno y que eso tiene que complacer al señor. Yo creo, como Thatcher, que nadie se acordaría del buen samaritano si hubiese sido pobre. Y tampoco sé si hubiese quedado nadie para recordar a Jesús si en lugar de multiplicar los panes y los peces se hubiese limitado a repartir migajas y espinas entre las masas enfermas y hambrientas. Lo único que sé es que nunca está de más dar gracias a dios por habernos hecho capaces de idear un sistema para multiplicar los panes y los peces y para no tener que dejar nuestra supervivencia en esta árida tierra en manos de las siempre inescrutables intervenciones divinas o, peor aún, de autoridades terrenales empeñadas en salvar nuestras almas condenándonos a la pobreza. Ya lo dijo Pla, «si das el poder a los virtuosos, todo el mundo se muere de hambre».

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