THE OBJECTIVE
Javier Capitan

Amor analgésico

La mera visión de un niño gravemente enfermo despierta sentimientos de impotencia, compasión y dolor en cualquier persona mínimamente sensible. No soy capaz de imaginar a cuántas “enes” se elevan esos sentimientos cuando ese niño es tu propio hijo.

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Amor analgésico

La mera visión de un niño gravemente enfermo despierta sentimientos de impotencia, compasión y dolor en cualquier persona mínimamente sensible. No soy capaz de imaginar a cuántas “enes” se elevan esos sentimientos cuando ese niño es tu propio hijo.

La mera visión de un niño gravemente enfermo despierta sentimientos de impotencia, compasión y dolor en cualquier persona mínimamente sensible. No soy capaz de imaginar a cuántas “enes” se elevan esos sentimientos cuando ese niño es tu propio hijo. Eso es lo primero que pensé cuando leí la noticia sobre Ashya King, un inocente de cinco años a quien un tumor cerebral le va robando su esperanza de vida.

Sin embargo, en la primeras noticias que leímos sobre esta historia, siempre se dejaba deslizar la condición de testigos de Jehová de sus padres, tres palabras que, unidas, parecen hacer saltar los resortes de los prejuicios, hasta el punto de que, en la valoración de su conducta, casi pesaban más las creencias que su condición de padres de un niño que batalla por vivir. Alguien, con alguna intención, consideró que esa información era sustancial y no sé valorar hasta qué punto es eso lo que ha provocado tanta celeridad en la órdenes de búsqueda, en su localización y en su detención.

Por encima de cualquier otra consideración, esta es la historia de un niño muy enfermo y de unos padres que, en su desesperación, buscan, equivocados o no, una salida ante un panorama nada halagüeño. No sé hasta qué punto han puesto en riesgo la vida del niño (el hecho es que su situación no parece haber empeorado), pero aún en el caso de que hayan cometido un error terapéutico, lo que no alcanzo a comprender es que un juez decida que sus padres permanezcan detenidos 72 horas y que prive al niño, enfermo como está, de la compañía de, por lo menos, uno de ellos.

El bienestar de un niño es también su bienestar emocional y un juez debería ser capaz de valorar lo que debe estar viviendo un niño de cinco años, con un tumor cerebral, en un hospital de un país que no es el suyo, sin más compañía que la visita de un hermano. Que nadie olvide el poder analgésico que para un niño tiene el amor y la dedicación de unos padres.

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