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Félix de Azúa

Pobre, pero mortal

«Si a veces se preguntan cómo puede ser que los ucranianos estén derrotando a los rusos, lo mejor es que estudien el caso afgano»

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Pobre, pero mortal

Terremoto en Afganistán. | EFE

Yo no sé si alguno de ustedes se preguntó, cuando los americanos escaparon de Afganistán, cómo era posible que uno de los países más pobres del mundo lograra derrotar al mejor ejército del mismo. La pregunta, en realidad, era incompleta. Debería ser así: ¿cómo es posible que un país sin riquezas y sin apenas producción económica derrotara sucesivamente al imperio británico, al imperio bolchevique, y a los Estados Unidos. Porque lo cierto es que la huida de los militares americanos no era sino una mala imitación de la derrota británica de 1843, y del desastre ruso de 1989 que había sido lo mismo.

Esta es la cuestión. Un país de un tamaño medio, sin apenas ejército, ha ido derrotando uno tras otro a los tres imperios más fuertes del globo. Si a veces se preguntan cómo puede ser que los ucranianos estén derrotando a los rusos, lo mejor es que estudien el caso afgano. Para lo cual es muy conveniente, como me chivó Eduardo Mendoza, leer a William Dalrymple, cuyo Return of a King es la fabulosa historia de las primeras tres derrotas y sobre todo de la más impresionante: cuando aquel enano venció al imperio más formidable del mundo. Dalrymple explica cómo fue posible. 

Empecemos por el comienzo mismo. El país tiene el mismo tamaño que la península ibérica, unos seiscientos mil kilómetros cuadrados, más o menos, pero en su mayor parte está cubierto de cadenas montañosas y de pasos vertiginosos entre las mismas. Como decía Carlos Trías, si lo estiraran sería más grande que Rusia. Su posición lo ha convertido en la puerta de Asia desde la época de Alejandro, quien, por cierto, también lo intentó y tuvo bastante más éxito que los modernos a pesar de no tener cañones. La dificultad, por tanto, se divide por dos. De un lado, es una puerta imprescindible para dominar la India y el Asia continental, pero de otro es una puerta tan estrecha que un puñado de guerreros empinados en las cumbres puede machacar ejércitos enteros que se arriesgan a cruzar por los pasillos montañosos. No obstante, sólo por esos infernales desfiladeros se puede llegar a Pakistán.

Las dificultades eran tan enormes que tanto en el caso del Imperio británico, del ruso o del americano, tuvieron una influencia decisiva los políticos de la metrópoli (perfectamente ignorantes), los jefes del ejército (más ignorantes si cabe), la estupidez de los coloniales (todos tratando de escalar en la burocracia) y la irresponsable arrogancia de los medios de comunicación.

Lo más curioso es que en aquel país, durante la invasión británica, no existía una población afgana sino múltiples clanes, cada uno con el dominio de una parte del territorio, pero todos enemistados a muerte entre sí. La invasión sirvió para que los clanes se unieran en dos grandes subgrupos, los amigos del invasor y los enemigos del mismo. Una situación que recuerda fuertemente la de España durante la invasión francesa y la guerra contra Bonaparte. También aquí fueron las feroces guerrillas las que acabaron con el ejército imperial, bien es verdad que gracias al empujoncito del duque de Wellington.

Pero lo más curioso es que el resultado fue muy similar. Los afganos no se llamaban a sí mismos «afganos», ni a aquellas tierras las llamaban «Afganistán». Cuando los británicos entraron en el territorio que hoy llamamos afgano, los clanes guerreros lo llamaban Jurasán, Jorasán o Kurasán y no era sino una provincia de Irán. La invasión logró que los clanes acabaran por coincidir en la invención de Afganistán como nación unitaria de todos los clanes. Y eso es también lo que sucedió, tras la invasión francesa, en España: de pronto la población se concibió a sí misma «española», es decir, perteneciente a una misma nación. Aunque, como en Afganistán, algunos clanes se siguieron considerando únicos.

William Dalrymnple es un historiador muy leído en Gran Bretaña. Es, además, un estilista notable. De él, por ejemplo, dice Salman Rushdie: «Es una rareza, un erudito historiador que además sabe escribir». Por cierto, hay edición en español con el título de El retorno de un rey (Desperta Ferro), pero no he podido ver la traducción.

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