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Nicolas Cage o el lucrativo ridículo del macho hollywoodiense

El actor se autoparodia en ‘El insoportable peso de un talento descomunal’, otro ejemplo del fecundo género que ahonda en los entresijos del star-system

Nicolas Cage o el lucrativo ridículo del macho hollywoodiense

El actor Nicolas Cage, junto a Pedro Pascal en una escena de su último film. | Lionsgate

No debe de resultar fácil ser Nicolas Cage. Ni Tom Cruise. Y no digamos ya Johnny Depp. Imagine que millones de seres humanos han pagado por ver su rostro a un tamaño descomunal en las pantallas de cines del mundo entero. No tiene que ser fácil de gestionar, no. Se hinchan a ganar dinero, cierto, pero a cambio venden su alma a una maquinaria insaciable, vendedora de sueños al por mayor. El cine tal y como hoy lo conocemos despegó gracias a la fuerza motora del star-system, una maquinaria impulsada por el poderío industrial de los grandes estudios de Hollywood y, según los teóricos, disipada después en el aire de la globalización. Sin embargo, el brillo de las estrellas sigue generando expectación y, por lo tanto, espectadores y, por lo tanto, dinero… Además de una angustia existencial de dichos actores que, a su vez, genera expectación y, por lo tanto…  

La película más explícita al respecto quizá haya sido Cómo ser John Malkovich (1999), en la que Spike Jonze montaba un festín surrealista alrededor de uno de esos guiones memorables de Charlie Kaufman, que mete literalmente al pobre John Cusack en la mente de un actor de verdad, su tocayo John Malkovich. Una frivolidad barata para los estándares de Hollywood (13 millones de dólares de presupuesto), un negocio limitado (24 millones de recaudación) y bastante prestigio: nominaciones a los Oscar en categorías tan de las gordas como las de mejor director y mejor guion original. No ganó ninguno, claro, porque hasta el narcisismo de la industria del Ego tiene sus límites, pero ahí quedó la machada, película de culto para cuñados globales de varias generaciones.

Hace un par de semanas se estrenaba en España El insoportable peso de un talento descomunal, con Nicolas Cage como absoluto argumento de venta. Poco antes, Tom Cruise había paseado por Madrid su inopinado (pero todavía vendible, por lo visto) palmito de galán a sus… ¡59 años! Venía a promocionar el revival Top Gun: Maverick, una pasta importante en taquilla. Los detalles de la película era lo de menos (no es muy probable que gane ningún Oscar), la gente iba a ver a Tom Cruise haciendo de… Tom Cruise. El caso de Nicolas Cage es diferente. O no. En el fondo es lo mismo, pero de otra manera. El insoportable peso de un talento descomunal parte también de la base de que el espectador va al cine (o a Internet) a ver a Nicolas Cage, pero la gracia de la película consiste en la maldición gitana lanzada por el cachondo de Tom Gormican, coguionista y director, de conceder el deseo hasta el extremo: Nicolas Cage interpreta a Nicolas Cage, un actor ya más que talludito (58 años, solo uno menos que Tom) al que el éxito ha convertido en un narcisista neurótico que provoca entre vergüenza ajena y ternura. 

La trama, otra vez, es lo de menos. Lo importante es la capacidad de la industria de Hollywood de reírse de sí misma. Ya que los agoreros abanderados de la revolución digital nos dan por muertos, parecen decir, por lo menos nos echamos unas risas. Cuando la primera muerte del cine y su star-system, se lo tomaron más a la tremenda, aunque Billy Wilder ya se las apañó para meter un poco de chispa en El crepúsculo de los dioses (1950), por ejemplo. Con el pobre Nicolas Cage no han sido muy sutiles. Igual que Wilder tocaba la decadencia del cine mudo, en la maravillosa Érase una vez en Hollywood (2019) Tarantino aplica una nostalgia tan gamberra como enternecida al fin de los años 60, y los protagonistas son actores ficticios, por muy reconocibles que les resulten a los maestros del quesito rosa en el Trivial. Nicolas Cage aparece como Nicolas Cage en el presente y sin muchas sutilezas: parodia a cañonazos. 

El cine español estrenó en febrero algo parecido, aunque sin terminar de atreverse a la gamberrada total de llamar a los parodiados por su nombre. En Competencia oficial, son curiosamente (o no tanto) dos directores y guionistas argentinos, Gastón Duprat y Mariano Cohn, quienes ponen a lo más granado de nuestro star-system, con Antonio Banderas y Penélope Cruz a la cabeza, a ridiculizar unos personajes muy parecidos a sí mismos o, al menos, gente muy cercana, arquetipos muy claros del mundillo. La película, eso sí, alcanza una cumbre semántica más empinada que la mismísima inmolación de Nicolas Cage: en una escena, la directora que interpreta Penélope Cruz se califica a sí misma en voz alta en un divertido ejercicio de neurosis narcisista; repite dos veces cada uno de los adjetivos con los que acierta a definirse, hasta que da con el definitivo: «Ridícula, ridícula, ridícula», repite no dos, sino tres veces.

Si la veteranía es un grado, las estrellas de Hollywood parecen cocerse a fuego muy rápido y, sobre todo, constante, hasta que, a partir de determinada edad, se convierten en parodias de sí mismos. A veces nos damos cuenta por la intersección de contextos como el judicial, el familiar y el cinematográfico con la audiencia global y su rentabilidad financiera. Johnny Depp, protagonista… ¿a su pesar? Cualquiera sabe. En otras ocasiones, cada vez más frecuentes, los propios protagonistas deciden tomar el toro por los cuernos y contarlo ellos mismos a su manera. 

Nicolas Cage y las estrellas ridículas

Conclusión: las estrellas son ridículas. Sin embargo, seguimos demandándolas. Cada vez más, de hecho. Janine Basinger, quizá la máxima autoridad en historia del cine hoy en día, explica en el libro The Star Machine cómo y por qué llegó el fin del star-system propiamente dicho, el que se inventaron los grandes estudios de la era clásica de Hollywood para crear los ídolos de masa a partir de una maquinaria vertical que incluía los aspectos artísticos y de márketing.

Paul McDonald le replica en otro libro, Hollywood Stardom, que, en cualquier caso, la «máquina ha sobrevivido, solo que con una forma distinta. La concentración geográfica, empresarial y de talento ha permitido que la producción de estrellas todavía opere a través de una red muy limitada de jugadores. El subsistema de estrellas de la era post-estudios es una red de destacados agentes, compañías de relaciones públicas, gestores de recursos humanos y abogados que dirigen las diferentes funciones relacionadas con la producción de estrellato. La publicidad de la estrella se integra, además, en los mercados más amplios de los medios de comunicación porque muchas de las principales firmas de relaciones públicas que representan a las celebridades de Hollywood pertenecen a grandes compañías de publicidad o márketing». 

O esa, que podemos reírnos todo lo que queramos de que puretones como Tom Cruise sigan dando vueltas por el mundo estirando el chicle de su estrella. Incluso pueden reírse ellos mismos, como es el caso de Nicolas Cage. Da igual: mientras la maquinaria los siga necesitando, ahí los tendremos. Su fuego interior se habrá enfriado hasta el ridículo, pero dada la distancia sideral que nos separa de su (bien fabricado) carisma, aquí abajo su brillo aún ilumina unos cuantos miles de dólares.  

Por ejemplo. A mediados del mes que viene se estrena en España Pig, con Nicolas Cage en la piel de un buscador de trufas de una zona salvaje de Oregón que visita la muy hipster ciudad de Portland para recuperar la cerda trufera que le han robado. Suma y sigue, Nicolas, te queremos. 

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